¡Alégrate, el Señor está contigo!

 

EVANGELIO DEL DÍA

Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Jn 6, 68

 

     

Domingo, 23 de mayo de 2021

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Solemnidad - Rojo

Hechos 2, 1-11 / 1 Corintios 12, 3b-7. 12-13

/ Juan 20, 1b.19-23

Salmo Responsorial, Sal 103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34

R/. "Señor, envía tu Espíritu

y renueva la faz de la tierra"

 

Santoral:

San Juan Bautista de Rossi

y Santa Juana Antida Thouret

 

 

 

LECTURAS DEL DOMINGO 23 DE MAYO DE 2021

 

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

 

MISA DEL DÍA

 

Todos quedaron llenos del Espíritu Santo,

y comenzaron a hablar

Lectura de los Hechos de los Apóstoles

2, 1-11

 

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.

Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían:

«¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios».

 

Palabra de Dios.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                                         103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34

 

R.    Señor, envía tu Espíritu

y renueva la faz de la tierra.

 

Bendice al Señor, alma mía:

¡Señor, Dios mío, qué grande eres!

¡Qué variadas son tus obras, Señor!

¡La tierra está llena de tus criaturas!  R.

 

Si les quitas el aliento,

expiran y vuelven al polvo.

Si envías tu aliento, son creados,

y renuevas la superficie de la tierra.  R.

 

¡Gloria al Señor para siempre,

alégrese el Señor por sus obras!

Que mi canto le sea agradable,

y yo me alegraré en el Señor.  R.

 

 

 

Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu

 para formar un solo Cuerpo

 

Lectura de la primera carta del Apóstol

san Pablo a los cristianos de Corinto

12, 3b-7. 12-13

 

Hermanos:

Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo.

Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común.

Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo -judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.

 

Palabra de Dios.

 

 

SECUENCIA

 

Ven, Espíritu Santo,

y envía desde el cielo

un rayo de tu luz.

 

Ven, Padre de los pobres,

ven a damos tus dones,

ven a damos tu luz.

 

Consolador lleno de bondad,

dulce huésped del alma

suave alivio de los hombres.

 

Tú eres descanso en el trabajo,

templanza de las pasiones,

alegría en nuestro llanto.

 

Penetra con tu santa luz

en lo más íntimo

del corazón de tus fieles.

 

Sin tu ayuda divina

no hay nada en el hombre,

nada que sea inocente.

 

Lava nuestras manchas,

riega nuestra aridez,

sana nuestras heridas.

 

Suaviza nuestra dureza,

elimina con tu calor nuestra frialdad,

corrige nuestros desvíos.

 

Concede a tus fieles,

que confían en Ti,

tus siete dones sagrados.

 

Premia nuestra virtud,

salva nuestras almas,

danos la eterna alegría.

 

 

 

EVANGELIO

 

Como el Padre me envió a mí,

yo también los envío a ustedes:

Reciban el Espíritu Santo

 

a    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

20, 19-23

 

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo:

«¡La paz esté con ustedes!

Como el Padre me envió a mí,

Yo también los envío a ustedes».

 

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:

«Reciban el Espíritu Santo.

Los pecados serán perdonados

a los que ustedes se los perdonen,

y serán retenidos

a los que ustedes se los retengan».

 

Palabra del Señor.

  

 

Reflexión

 

 

LA ALEGRÍA DE PENTECOSTÉS

Después de cincuenta días de la celebración de la Pascua, de la resurrección del Señor, hoy la Iglesia celebra con gran alegría la fiesta de Pentecostés. Es el culmen del misterio de nuestra fe: Dios Padre y Jesucristo, que ha ascendido a los cielos, nos envían desde lo alto el don del Espíritu Santo. Con esta celebración, la segunda fiesta más importante del año después de la Pascua, concluimos el tiempo pascual.

1. Y a los cincuenta días, el Espíritu Santo. Cincuenta días después de la Pascua, los judíos celebraban la fiesta de Pentecostés, o la fiesta de las Tiendas. En esta fiesta celebraban que siete semanas después de salir de Egipto, en el Éxodo, el pueblo llegó al monte Sinaí, y allí Dios les entregó por medio de Moisés las tablas de la Ley. Dios hizo alianza con su pueblo. Ese día de Pentecostés, cincuenta días después de la Resurrección de Jesucristo, los apóstoles estaban reunidos en el Cenáculo, con las puertas cerradas por miedo a los judíos, y allí recibieron el don del Espíritu Santo. La alianza ya no está escrita en tablas de piedra, sino que está inscrita en el corazón de cada hombre, grabada a fuego por el Espíritu Santo. Es la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios que impulsa a la Iglesia a salir fuera y a anunciar el Evangelio de Cristo. En la primera lectura de hoy, del libro de los Hechos de los Apóstoles, escuchamos el relato sobrio e impresionante de este momento culmen de la vida de la Iglesia. Después de que el Espíritu Santo bajara sobre los apóstoles reunidos en el Cenáculo, éstos salieron con fuerza a anunciar la Buena Noticia en todas las lenguas conocidas, para que todos aquellos que los escuchasen pudiesen entender el Evangelio que predicaban. Podemos decir que con este acontecimiento se ponía en marcha la Iglesia, salía del miedo para llevar a todos la palabra de Dios. El don de lenguas, don que da el Espíritu Santo, es una señal de la universalidad del Evangelio: todos podían entenderles.

2. Nadie puede decir “Jesús es Señor” si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien fortalece a los apóstoles y les impulsa a salir. Pero además es el Espíritu Santo quien hace posible que podamos proclamar a Dios como Padre y a Jesucristo como Señor. Así nos lo dice san Pablo en la segunda lectura que escuchamos hoy. Ya lo anunció Jesús a sus discípulos antes de su pasión: el Espíritu serían quien nos lo enseñase todo y nos recordase todo lo que Él había dicho. La fe no es una certeza que cada uno puede construirse. No depende de nosotros. La fe es un don de Dios. ¿Quién puede entender el misterio de Dios si es infinitamente superior a nuestro entendimiento? ¿Quién puede siquiera imaginar que Dios se hace hombre, que muere por nosotros, o que incluso está presente en el pan de la Eucaristía? Por muy grande que sea nuestra inteligencia, Dios es siempre mayor, nos supera. Por eso, la fe no depende sólo de nuestro entendimiento. La fe es un don de Dios que nos da por medio del Espíritu Santo. Por eso, los apóstoles, que después de la resurrección todavía no habían terminado de entender y por eso no podían salir a evangelizar, una vez que reciben la fuerza del Espíritu salen sin miedo, hablando con claridad sobre el misterio de la fe.

3. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Pero, además, san Pablo nos recuerda también en la segunda lectura que el don del Espíritu Santo no es sólo para cada uno de nosotros. No es que yo recibo este don para mi propio provecho. Dios da el Espíritu Santo para el bien común. Y a cada uno nos da unos dones distintos. Es muy ilustrativa la comparación que hace san Pablo con el cuerpo humano. Del mismo modo que el cuerpo tiene muchos miembros, y cada uno, según sus características, realiza una función distinta en el cuerpo, y todas las funciones son necesarias y ayudan al resto del cuerpo, del mismo cada uno de nosotros hemos recibido por medio del Espíritu Santo unos dones distintos, unos carismas, para que cada uno realicemos en la Iglesia la función que nos corresponde, según los carismas que Dios distribuye, para el servicio de todo el cuerpo que es la Iglesia. Pero es que, además, la Iglesia necesita de todos estos carismas. Si yo he recibido un don, no puedo quedármelo sólo para mí. Esto no sirve de nada. He de compartirlo, he de ponerlo al servicio de los demás, al servicio de la Iglesia. Así es como el Espíritu Santo no sólo da fuerza a la Iglesia y la impulsa a ser misionera, sino que además la organiza en ministerios y en funciones diversas que sirven al bien común.

En esta solemnidad de Pentecostés, cada uno de nosotros recibimos también la fuerza del Espíritu Santo, como los apóstoles en el Cenáculo. No podemos dejar perder este don inmenso, si podemos guardarlo sólo para nosotros mismos. Esta fuerza nos debe sacar fuera de nosotros para anunciar con alegría el misterio de nuestra fe. Esta fe que Dios nos da por medio del Espíritu Santo. Y cada uno hemos de hacerlo según el don que hayamos recibido. Hoy pedimos en esta Eucaristía que Dios derrame con abundancia su Espíritu sobre nosotros y sobre toda la Iglesia. ¡Ven, Espíritu Santo!

 

Francisco Javier Colomina Campos

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ASCENDER A DIOS, BENDICIENDO A LOS HOMBRES

1.- Mientras les bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Me gusta imaginarme así a Jesús, en el momento de su Ascensión hacia el cielo: bendiciendo a sus discípulos. Bendecía a unos discípulos que siempre le habían querido y admirado, pero que le habían fallado en el momento más decisivo, en el momento último, cuando las autoridades religiosas del pueblo judío le prendieron y le llevaron a las autoridades romanas, para que estas le ejecutaran como a un vil malhechor. Jesús había dicho a sus discípulos más de una vez que él los amaba a ellos como el Padre le amaba a él, y sus discípulos sabían que el Padre amaba siempre acogiendo y perdonando, como el padre de la parábola del hijo pródigo. Por eso, sabían que Jesús se despedía ahora de ellos bendiciéndoles y perdonándoles. Seguro que el corazón de los discípulos se llenó de amor divino y, mirándolo, se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría. Realmente, la fiesta de la Ascensión ha sido siempre en el mundo cristiano una fiesta alegre, porque imaginamos al Señor subiendo al cielo y bendiciéndonos a los que quedamos en la tierra. Nosotros, en las pequeñas ascensiones nuestras de cada día, mientras tratamos de ascender progresivamente hacia Dios, debemos bendecir a todos nuestros hermanos, aunque algunos de ellos nos hayan fallado en más de un momento. La bendición cristiana es expresión del amor cristiano, de un amor que siempre está dispuesto a perdonar. Pidamos ahora a Jesús que, en esta fiesta de la Ascensión, nos bendiga también hoy a nosotros desde el cielo, regalándonos su amor y su perdón.

2.- Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? No somos árboles plantados donde nacemos, que nos pasamos la vida mirando al cielo. Dios nos ha plantado en este mundo con un motor dentro del cuerpo, lo que nos obliga a vivir en continuo movimiento, hasta que morimos. Somos los suplentes de Jesús, que tenemos la obligación de seguir jugando en esta tierra el partido del Reino de Dios, una vez que nuestro Maestro, nuestro titular, se ha ido al cielo. Debemos seguir jugando el partido del Reino de Dios movidos por el Espíritu de Jesús, por el Espíritu de nuestro capitán y maestro. Los discípulos de Jesús debemos ser personas activas, misioneras, evangelizadoras. El tiempo del Jesús físico y terrenal terminó el día de su ascensión al cielo; ahora nos toca a nosotros, sus discípulos, continuar su obra movidos por su espíritu. Ahora es el Espíritu de Jesús, no su presencia física, el que nos debe guiar, dirigiendo nuestro actuar y nuestro caminar. La fiesta de la Ascensión del Señor debe ser para nosotros una llamada y una invitación a asumir nuestra responsabilidad, a ser ahora nosotros los que prediquemos y evangelicemos, haciéndolo, eso sí, dirigidos siempre por el Espíritu de Jesús. Terminó el tiempo del Jesús físico sobre la tierra; ahora es nuestro tiempo.

3.- Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa. Ya las primeras comunidades cristianas tuvieron muchas dificultades para seguir siendo fieles al mandato que el Maestro les había hecho antes de despedirse, el mandato de seguir predicando el evangelio del Reino. Ante tantas dificultades, algunas comunidades estaban perdiendo su prístino fervor y entusiasmo. El autor de esta carta a los Hebreos los anima a no desanimarse, a no perder nunca la esperanza, porque Dios va a seguir siendo fiel a su promesa. No debían olvidar que también el Maestro, el sumo sacerdote de la Nueva Alianza, había tenido que sufrir mucho para ser fiel al mandato de su Padre. El Maestro, antes de despedirse, les había prometido su intercesión ante el Padre, desde el mismo cielo. Nosotros ahora, en este siglo XXI en el que nos toca vivir, también tenemos problemas y dificultades para predicar el evangelio de Jesús; no nos desanimemos, no perdamos la esperanza, porque Jesús sigue intercediendo por nosotros ante el Padre, y nuestro Dios es un Dios fiel a sus promesas.

 

Gabriel González del Estal

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AMAD LA VERDAD Y DESEAD LA UNIDAD

1.- La palabra como instrumento de unión. La palabra nos humaniza y construye fraternidad. Por tanto, debiera preocuparnos sobremanera el uso y el abuso que hacemos de la palabra. En nuestros días se abusa de la palabra en la publicidad y en la propaganda, lo que lleva a su devaluación y desprecio; disminuye de forma alarmante la competencia lingüística en las nuevas generaciones. En las redes sociales se difunden de forma interesada las noticias falsas, las Fake News. Pero si los hombres ya no se entienden hablando, ¿cómo pueden entenderse? y si no se entienden los unos a los otros, ¿cómo pueden vivir juntos? La Biblia nos dice que la confusión de lenguas, sin importarle nada de nadie, y sin respeto alguno a los que hablan o piensan de modo distinto, lleva a la división y a la dispersión de los pueblos, como sucedió en Babel.

2.- ¿Se entiende nuestro mensaje cristiano? Los cristianos somos portadores de un mensaje que debemos anunciar a todo el mundo y, con frecuencia, advertimos que nadie nos entiende o que no conseguimos hacernos entender. ¿Será que tampoco nosotros escuchamos a los demás?, ¿o acaso hablamos de memoria, sin espíritu, y como quien no cree lo que está diciendo?, ¿será que hacemos "propaganda de la fe" sin tener fe? El misterio que celebramos hoy, la venida del Espíritu Santo en lenguas de fuego sobre la cabeza de los apóstoles es la réplica de Dios a la confusión de las lenguas, a la torre de Babel. Pero vino sobre ellos el Espíritu Santo y les concedió la capacidad de hablar y el valor para confesar en público que Jesús es el Señor. Porque "nadie puede decir que Jesús es el Señor a no ser por el Espíritu Santo". De otra parte, el Espíritu es el que abre los oídos para escuchar el evangelio. Partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, romanos, árabes, cretenses... escucharon en su propia lengua el mismo evangelio. El acontecimiento maravilloso de Pentecostés irrumpe en un mundo fraccionado en lenguas y culturas, y, sin suprimir las diferencias, sienta las bases para una fraternidad universal. Necesitamos preparar nuestro interior para recibir al Espíritu santo. Así lo recuerda San Agustín: “Por tanto, si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad. Amén”. (San Agustín, Sermón 267)

3.- Una nueva vida y un nuevo lenguaje. Un modo nuevo de hablar no tiene sentido si no es expresión de una vida nueva. De ahí que el problema que padecemos los cristianos, el problema de comunicación es en principio un problema de vida, de auténtica fe, de una fe con obras. Porque una fe sin obras está muerta y no tiene nada que decir al mundo. Si hemos sido bautizados por rutina y vivimos el cristianismo como una costumbre, el evangelio no llegará a los hombres y no podrán entender lo que les anunciamos. Añadiremos confusión a la confusión de lenguas que padece nuestra sociedad. La evangelización será un poco más de propaganda, un poco más de ruido. No contribuiremos en absoluto a la convivencia y al entendimiento entre todos los hombres de la tierra.

4.- El don de perdonar los pecados. Cristo ha dicho: "A quienes perdonareis los pecados, les quedan perdonados" Este don lo da el Espíritu Santo. Promoción humana no es sólo sacar de la pobreza al hombre para que tenga dinero. Si no ha entrado en esta promoción de hacerse hijo de Dios, de nada sirve tener dinero y nada estorba ser pobre. La verdadera promoción es aquella que eleva al hombre hasta hacerlo santo. Esta es la verdadera promoción: la santidad. El Espíritu de la Santidad, se da precisamente para arrancar a los hombres de sus pasiones, de sus idolatrías, de sus pecados, de sus desórdenes, de sus egoísmos, de sus injusticias. Debemos dar gracias a Dios porque la Iglesia cumple este deber, y no prohibamos que la Iglesia señale el pecado en el mundo y quiera arrancar a sus hijos de ese pecado. Cuando dice a la fuerza política o a la fuerza económica que no abusen de los débiles no se está más que cumpliendo su deber de desterrar el pecado del mundo y promover a los hombres por el verdadero camino de la promoción y de la santidad.

 

José María Martín OSA

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¡PENTECOSTES: UNA IGLESIA EN MARCHA!

1.- Podemos pensar que aquellos hombres a los que el Resucitado enviaba por aquellos mundos de Dios… eran distintos a nosotros.

Podemos pensar que todos, sin excepción, vestían el traje de la perfección

Podemos pensar que, al ser tan tocados y elegidos por Dios, no había ventana abierta para la duda ni para la desesperanza, para el pecado o la deserción.

Podemos pensar eso y llegar a equivocarnos con esa imagen idílica de lo que fueron y, tal vez, en algo no lo fueron tanto.

Uno, cuando entra en la Palabra de Dios, concluye que aquellos sobre los que el Espíritu descendía en aquel primer Pentecostés, estaban tan traspasados de dudas como actualmente lo podemos estar nosotros. Tan llenos de miserias como de contradicciones está poblada nuestra misma vida. Tan condicionados por las debilidades como nosotros inmersos y atacados por el vacío espiritual que lo invade todo y lo penetra todo. 2000 años después de aquel tiempo inaugurado por el Espíritu Santo, el tiempo de la Iglesia, seguimos con las mismas luchas y con los mismos condicionantes para vivir como testigos del Resucitado.

2.- Unos quieren vivir esa experiencia al margen de la iglesia. La ven como algo desfasado y cerrada en sí misma. Como que, hace tiempo, que dejó de escuchar la voz del Espíritu que le llama a la renovación personal y comunitaria.

Otros, aun siendo conscientes de sus limitaciones y traiciones al espíritu del Evangelio, la queremos porque sabemos que si la Iglesia fuese perfecta y santa al cien por cien… no tendríamos cabida en ella y, porque la sentimos tan nuestra, trabajamos, ponemos la crucecita en nuestra declaración de la renta, formamos parte diferentes grupos, movimiento o nos desvivimos hasta la muerte por lo que es grande en ella: JESUCRISTO

3.- Hoy, en Pentecostés, damos gracias a Dios por esta gran casa en la que todos tenemos un sitio y algo que ofrecer y realizar: LA IGLESIA.

-Una iglesia que se hace fuerte e irrompible cuando siente y se agarra a la comunión de hermanos en la misma fe y unidos por la misma esperanza

-Una iglesia que se lanza al futuro sin miedo alguno sabiendo que lleva entre manos la mayor riqueza que el mundo puede esperar: EL EVANGELIO

-Una iglesia que habla sin tapujos, sin vergüenza y que, precisamente por ello, su mensaje provocará chispas cuando puede más la sinrazón que el sentido común, la banalidad de las cosas que la dignidad humana, el personalismo más que lo comunitario, el cosmos más que el propio hombre.

-Una iglesia a la que no le importa mirar de reojo, pero con afán de superación, a los orígenes de su nacimiento. En aquel alumbramiento la comunión de bienes y el perdón, la fraternidad y la alegría, la valentía y la audacia para presentar a Jesucristo…rompieron esquemas y tradiciones, corazones y modos de vida.

-Unos hombres y mujeres que llamaban la atención y que fueron formando esa gran familia que ha llegado hasta nuestros días. ¿Por qué hoy nuestra iglesia brilla más por el esplendor de su riqueza artística que por el estilo de vida que muchos cristianos no llevamos dentro de ella?

4.- Pentecostés…a los cincuenta días entonces, y 2019 años después, es un soplo que nos viene bien para lanzarnos como iglesia a la conquista de ese mundo tan duro para entender y comprender, vivir y amar las cosas de Dios.

Pentecostés…con todo lo que la Iglesia ha sido y es, supone un abrir de par en par la creatividad de todo creyente para que el mensaje de salvación de Jesucristo no quede clavado en las cuatro paredes de una sacristía o adornando la belleza de un templo.

Pentecostés…con nuestras fatigas e incoherencias nos infunde aires nuevos y bríos nuevos, ganas e ilusión, compañía y fortaleza, honestidad y transparencia, vitalidad y ansias de conquistas para Dios.

 

Javier Leoz

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