¡Alégrate, el Señor está contigo!

 

EVANGELIO DEL DÍA

Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Jn 6, 68

 

     

 

Domingo, 24 de abril de 2022
DOMINGO 2º DE PASCUA

Hechos 5, 12-16 / Apocalípsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19

/ Juan 20, 19-31

Salmo Responsorial, Sal 117, 2-4. 16-18. 22-24

R/. "¡Den gracias al Señor, porque es bueno,

porque es eterno su amor!"

 

Santoral:

San Fidel de Sigmaringa,

presbítero y mártir

 

 

LECTURAS DEL DOMINGO 24 DE ABRIL DE 2022

 

 

DOMINGO 2° DE PASCUA

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

 

Aumentaba cada vez más

el número de los que creían en el Señor,

tanto hombres como mujeres

 

Lectura de los Hechos de los Apóstoles

5, 12-16

 

Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en el pueblo. Todos solían congregarse unidos en un mismo espíritu, bajo el pórtico de Salomón, pero ningún otro se atrevía a unirse al grupo de los Apóstoles, aunque el pueblo hablaba muy bien de ellos.

Aumentaba cada vez más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres. Y hasta sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera a alguno de ellos. La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban sanados.

 

Palabra de Dios.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                                 117, 2-4. 16-18. 22-24

 

R.    ¡Den gracias al Señor, porque es bueno,

porque es eterno su amor!

 

Que lo diga el pueblo de Israel:

¡es eterno su amor!

Que lo diga la familia de Aarón:

¡es eterno su amor!

Que lo digan los que temen al Señor:

¡es eterno su amor! R.

 

«La mano del Señor es sublime,

la mano del Señor hace proezas».

No, no moriré:

viviré para publicar lo que hizo el Señor.

El Señor me castigó duramente

pero no me entregó a la muerte. R.

 

La piedra que desecharon los constructores

es ahora la piedra angular.

Esto ha sido hecho por el Señor

y es admirable a nuestros ojos.

Éste es el día que hizo el Señor:

alegrémonos y regocijémonos en él. R.

 

 

 

 

Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre

 

Lectura del libro del Apocalipsis

1, 9-11a. 12-13. 17-19

 

Yo, Juan, hermano de ustedes, con quienes comparto las tribulaciones, el Reino y la espera perseverante en Jesús, estaba en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús. El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía: «Escribe en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete iglesias que están en Asia».

Me di vuelta para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro.

Al ver esto, caí a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo: «No temas: Yo soy el Primero y el Último, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro».

 

Palabra de Dios.

 

 

 

EVANGELIO

 

Ocho días más tarde, apareció Jesús

 

X  Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

20, 19-31

 

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo:

«¡La paz esté con ustedes!

Como el Padre me envió a mí,

Yo también los envío a ustedes».

 

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:

«Reciban el Espíritu Santo.

Los pecados serán perdonados

a los que ustedes se los perdonen,

y serán retenidos

a los que ustedes se los retengan».

 

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»

Él les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»

Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».

Tomás respondió:

«¡Señor mío y Dios mío!»

Jesús le dijo:

«Ahora crees, porque me has visto.

¡Felices los que creen sin haber visto!»

 

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

 

Palabra del Señor.

Reflexión

 

HOY TAMBIÉN ES EL DOMINGO DE LA MISERICORDIA

Hoy concluye la Octava de Pascua. Durante estos ocho días hemos celebrado la alegría de la Resurrección como si de un solo día se tratase. A partir de hoy, continuamos con la cincuentena pascual que concluirá con la solemnidad de Pentecostés. Hoy, ocho días después de la resurrección, escuchamos en el Evangelio la aparición de Cristo resucitado a los apóstoles y la incredulidad de Tomás. Celebramos además el Domingo de la Misericordia, fiesta instituida por san Juan Pablo II. La palabra de Dios nos muestra hoy tres efectos de la Pascua en nosotros:

1. Hemos nacido de nuevo. Comenzábamos la Cuaresma con el lema del mensaje del Papa Francisco para este tiempo cuaresmal: “La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”. La Pascua, que es la meta de la Cuaresma, nos da una vida nueva, transforma todas las cosas, cambia nuestro corazón y redime la creación entera. Por eso, los que hemos renacido con Cristo en la Pascua, somos criaturas nuevas. San Pedro nos recuerda en la segunda lectura de hoy: “Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva”. La Pascua es la fiesta de una novedad: Cristo, por su resurrección, ha hecho nuevas todas las cosas. Por eso nosotros somos unas personas nuevas. Cristo, con su muerte y resurrección, ha derrotado el pecado, ha vencido sobre la muerte. Por ello, los cristianos no podemos seguir viviendo en el pecado, sino que hemos de caminar con la luz de la resurrección. La misma comunidad de discípulos fue transformada por la resurrección del Señor. Así, la primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, narra cómo las primeras comunidades cristianas vivían unidas, en comunión, “constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”. De este modo, la misma vida de los cristianos era un testimonio para todos los que los veían. Así es como comenzó a crecer la Iglesia, por el testimonio de los primeros cristianos. Hoy, nosotros también estamos llamados a vivir de este modo, llenos de Dios, unidos como verdaderos hermanos. Éste es el primer efecto de la Pascua: una vida nueva que nace de la alegría de la resurrección y que es testimonio para todos aquellos que nos ven.

2. La alegría y la paz, signos de la Resurrección. En el pasaje del Evangelio de hoy hemos escuchado de nuevo un relato de la aparición de Cristo resucitado. En esta ocasión leemos cómo los discípulos estaban encerrados en una casa por miedo a los judíos. La muerte del Señor ha dejado a los discípulos sumidos en el miedo. Si Dios no está con nosotros, nos vienen los miedos, los temores. Pero en medio de la casa, aunque las puertas estaban cerradas, aparece Cristo Resucitado, les da su paz y los discípulos se llenan de alegría al ver al Señor. Éste es el segundo efecto que produce en nosotros la resurrección. La alegría es el signo propio de los cristianos, pues nosotros creemos en un Dios que está vivo y presente entre nosotros. Era cierto lo que Jesús había dicho: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Cristo, tras su muerte, no nos ha abandonado, sino que permanece a nuestro lado para siempre. Y ésta es la mayor de las alegrías que podemos tener. Ya no hay miedo, pues Cristo vive. Además, Cristo nos trae la paz pues, si el pecado es el odio, la ira, la envidia, las críticas, la soberbia, y tantas otras cosas que nos llevan a la muerte, la Resurrección ha vencido al pecado, y por ello Cristo Resucitado es portador de la paz. Es la paz del corazón, la paz que nos une de nuevo a Dios y a los demás, de los que nos habíamos separado por culpa del pecado. Todos nosotros necesitamos de la alegría y de la paz que Cristo nos trae con su resurrección.

3. Domingo de la misericordia. Finalmente, el tercer efecto de la resurrección de Cristo es la misericordia, o mejor, darnos cuenta de verdad que la misericordia del Señor es ciertamente eterna. Así lo hemos rezado juntos en el salmo de hoy: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Que lo digan los fieles del Señor, que lo diga la Iglesia entera, que lo digan todas las criaturas: la misericordia del Señor no tiene fin, es eterna, pues Dios ha vencido a la muerte, ha destruido el pecado, nos ha salvado con su resurrección. San Pedro nos recuerda en la segunda lectura que la misericordia de Dios es grande, y que por esa misericordia nos ha salvado, nos ha hecho vivir de nuevo, nos ha dado una esperanza viva. Es hermoso que san Juan Pablo II dedicara este segundo domingo de Pascua para celebrar la misericordia de Dios, pues si tuviéramos que resumir la Pascua, la pasión muerte y resurrección de Cristo en una sola palabra, tendríamos que decir: es eterna su misericordia. El pecado ha abierto en nosotros unas heridas que nos duelen, que nos dan muerte. Pero Dios, por misericordia, ha cerrado esas heridas al abrir las heridas de su Hijo en la cruz. Ahora, las llagas que quedan para siempre en el cuerpo resucitado de Cristo, esas mismas llagas que Tomás tuvo que tocar para creer en la resurrección, son para nosotros una prueba de que Dios es misericordioso y con sus heridas nos ha curado.

Vivamos con gozo esta fiesta de la Pascua. Cristo resucitado nos da paz y alegría, ha perdonado para siempre nuestros pecados y nos ha hecho renacer de nuevo. No seamos incrédulos como Tomás, que necesitó de una prueba tangible para creer en la resurrección. Vivamos con fe este tiempo de gozo. Cristo vive entre nosotros, él ha dado su vida por nuestros pecados y ha vuelto a la vida. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

 

Francisco Javier Colomina Campos

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EL PODER DE LOS SIGNOS

1.- Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. El evangelista San Juan casi siempre llama signos a lo que los otros evangelistas llaman milagros. No porque san Juan crea que los “signos” de Jesús no son acciones portentosas y milagrosas, sino porque al evangelista Juan lo que más le interesa de estas acciones portentosas es el mensaje que Jesús quiere transmitirnos a través de ellos. Todo signo significa algo y lo más importante del signo es lo que significa. En el caso concreto del relato evangélico de este domingo, lo que Jesús pretende, a través de su entrada y presencia milagrosa en una casa con las puertas cerradas, fue indudablemente fortalecer la fe vacilante y desconcertada de sus discípulos y, de una manera especial, la fe del apóstol Tomás. A través de este “signo” Jesús consiguió que hasta el recalcitrante Tomás terminara reconociendo a Jesús como su Dios y Señor: “¡Señor mío y Dios mío!”. Pues bien, lo que yo quiero recalcar ahora es la importancia que tienen los signos, nuestros signos, en la transmisión de nuestra fe. También nuestro mundo es recalcitrante y hasta, en muchos casos, hostil a la fe católica en Jesús de Nazaret. Los predicadores de esta fe, todos los cristianos, debemos cuidar muy mucho la forma y los signos mediante los que anunciamos nuestra fe. Es evidente que no me refiero a acciones portentosas, o milagrosas, sino a las acciones ordinarias y habituales que hacemos los cristianos cuando queremos convencer a los demás de la verdad de lo que predicamos. En este sentido, me parece importante que nos fijemos en los signos que está empleando nuestro Papa Francisco, cuando habla y trata con las personas. Son los signos de la humildad, de la sencillez, de la cercanía, del amor universal a los más desfavorecidos. Ha dicho que quiere una Iglesia pobre y para los pobres. ¿Le ayudaremos nosotros, los cristianos, a que este deseo pueda hacerse algún día realidad? Busquemos todos y pongamos en práctica los signos que creamos más adecuados para conseguirlo. El poder de los signos es muy grande.

2.- Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Entre estos muchos signos y prodigios que hacían los apóstoles estaban también la curación de enfermos y poseídos de espíritus inmundos. La salud física y psíquica de una persona es, sin duda, el mayor de sus bienes temporales y los apóstoles eran muy sensibles a las enfermedades de las personas. Atender a las personas que padecían alguna enfermedad era para los apóstoles una obligación, puesto que habían visto que así lo había hecho siempre su Maestro. También los cristianos de hoy debemos ser personas especialmente sensibles y atentas ante cualquier persona enferma. Visitar a los enfermos y llevarles consuelo y ayuda debe ser una de las cualidades de todo buen cristiano. La atención a los enfermos debe ser un signo de nuestra condición de buenos cristianos. Además de este signo del que nos habla hoy el libro de los Hechos de los Apóstoles, san Lucas nos dice en este mismo libro que el signo cristiano que más impresionaba a la gente era el signo del amor mutuo que se profesaban entre ellos. Nos dice Lucas que la gente, ante el comportamiento de los cristianos, decían admirados: mirad cómo se aman. Nosotros podemos visitar y consolar a las personas que padecen alguna enfermedad, pero, desgraciadamente, no siempre podemos curar la enfermedad. Sin embargo, el signo de nuestro amor mutuo sí podemos manifestarlo siempre. El cristianismo es una religión de amor a Dios y al prójimo, preferentemente al prójimo más necesitado; el signo de nuestro amor mutuo debe ser siempre el signo más visible que demuestre nuestra condición de cristianos.

 

Gabriel González del Estal

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DÍA DE MISERICORDIA Y DE PAZ

1.- La comunidad, lugar de encuentro con el Señor. La fe en Jesús vivo y resucitado consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes, que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor. Tomás representa la figura de aquél que no hace caso del testimonio de la comunidad ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se manifiestan. En lugar de integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener una demostración particular. No quiere aceptar que Jesús vive realmente y que la señal tangible de ello es la comunidad transformada en la que ahora se encuentra. La comunidad transformada es ahora lo importante: ella es el medio que las generaciones posteriores tendrán para saber que Jesús vive realmente. Es muy difícil encontrarse con Jesús fuera de la comunidad. Tomás volvió a la comunidad y es allí donde tuvo su experiencia pascual. El error de muchas personas es retirarse a sus soledades como hizo Tomás al principio. Sólo en la comunidad podemos compartir, celebrar, madurar y testimoniar nuestra fe. Valoremos más que nunca lo privilegiados que somos por haber visto a Jesús y por tener una comunidad en la que compartimos nuestra fe. Sólo si permanecemos unidos haremos signos y prodigios, ayudaremos a los que sufren y seremos capaces de dar un sentido auténtico a nuestro mundo perdido y desorientado.

2.- Celebramos el Día del Señor resucitado. Cristo es percibido como presente entre sus discípulos reunidos en la tarde del primer día de la semana. Nosotros desde entonces nos reunimos el domingo, el día del Señor resucitado. Obligación de amor, que no de ley. La misión de los discípulos se deriva del suceso de Pascua, pero Juan lo encuadra en el conjunto de la misión de Jesús. La Iglesia, si cree de verdad en la resurrección, tiene que acercarse a los extremos de la miseria humana; allí está su campo de misión, su labor de hacer ver que el mensaje pascual es coherente y válido.

3. Vivir la misericordia. Después de la resurrección es posible creer en el perdón porque el poder de las tinieblas ya no volverá a reinar en el mundo. Hoy es el domingo de la Divina Misericordia. Las llagas de Jesucristo nos han perdonado los pecados y nos han salvado. Creer en esto y trabajar en consecuencia es ser cristiano. Los frutos de la resurrección son la alegría, la paz y el testimonio de vida. ¿La alegría se nota en nuestra vida y en nuestras celebraciones? Hay muchos niños y jóvenes que no se sienten atraídos por nuestra forma de celebrar rutinaria y triste. Sin embargo, hay muchas comunidades que saben vivir el gozo de la experiencia pascual, que celebraron con entusiasmo la Vigilia Pascual sin mirar al reloj. Ahí se nota que hay algo más que un mero cumplimiento del precepto dominical. ¿Y la paz? La que Jesús nos regala es lo más grande del mundo, es la plenitud de todos los dones del Espíritu. Si la paz reina en nuestro corazón seremos capaces de transmitirla a los demás y de construirla a nuestro alrededor. ¿Cómo dar testimonio de nuestra fe en el mundo de hoy? No bastan las palabras, es nuestra propia vida el mejor testimonio. La diferencia entre alguien "que practica" y alguien "que vive" es que el primero lleva en su mano una antorcha para señalar el camino y el segundo es él mismo la antorcha. Se notará en tu cara, en tus comentarios, en tus gestos, en tu forma de ser, si has experimentado la alegría del encuentro con el resucitado. Si eres feliz, transmitirás felicidad. Y quien te vea dirá: "merece la pena seguir a Jesús de Nazaret".

 

José María Martín OSA

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