¡Alégrate,
el Señor está contigo!
EVANGELIO DEL DÍA
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Jn 6, 68
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Domingo, 10 de marzo de 2024
DOMINGO IVº DE CUARESMA
2 Crónicas 36, 14-16. 19-23
/ Efesios 2, 4-10
/ Juan 3, 14-21
Salmo Responsorial Sal 136, 1-6
R/. "¡Que no me olvide de ti, ciudad de Dios!"
Santoral:
Santa Anastacia la Patricia, San Juan de Mata
y Mártires de Sebaste
LECTURAS DEL DOMINGO 10 DE MARZO DE 2024
DOMINGO IVº DE CUARESMA
La indignación y la misericordia de Dios
se manifiestan en el exilio y en la liberación de
su pueblo
Lectura del segundo libro de las Crónicas
36, 14-16. 19-23
Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el
pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando
todas las abominaciones de los paganos, y
contaminaron el Templo que el Señor había
consagrado en Jerusalén. El Señor, el Dios de sus
padres, les llamó la atención constantemente por
medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de
su pueblo y de su Morada. Pero ellos escarnecían a
los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras
y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la
ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto,
que ya no hubo más remedio.
Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron
las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a
todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos
preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los
que habían escapado de la espada y estos se
convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos
hasta el advenimiento del reino persa. Así se
cumplió la palabra del Señor, pronunciado por
Jeremías: «La tierra descansó durante todo el
tiempo de la desolación, hasta pagar la deuda de
todos sus sábados, hasta que cumplieron setenta
años».
En el primer año del reinado de Ciro, rey de
Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor
pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el
espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó
proclamar de viva voz y por escrito en todo su
reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor,
el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de
la tierra y él me ha encargado que le edifique una
Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes
pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo
acompañe y que suba!».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
136, 1-6
R.
¡Que
no me olvide de ti, ciudad de Dios!
Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión.
En los sauces de las orillas
teníamos colgadas nuestras cítaras.
R.
Allí nuestros carceleros
nos pedían cantos,
y nuestros opresores, alegría:
«¡Canten para nosotros un canto de Sión!»
R.
¿Cómo podríamos cantar un canto del Señor
en tierra extranjera?
Si me olvidara de ti, Jerusalén,
que se paralice mi mano derecha.
R.
Que la lengua se me pegue al paladar
si no me acordara de ti,
si no pusiera a Jerusalén
por encima de todas mis alegrías.
R.
Muertos a causa de nuestros pecados,
ustedes han sido salvados por su gracia
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Éfeso
2, 4-10
Hermanos:
Dios, que es rico en misericordia, por el gran
amor con que nos amó, precisamente cuando
estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos
hizo revivir con Cristo -¡ustedes han sido
salvados gratuitamente!- y con Cristo Jesús nos
resucitó y nos hizo reinar con Él en el cielo.
Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos
futuros la inmensa riqueza de su gracia por el
amor que nos tiene en Cristo Jesús.
Porque ustedes han sido salvados por su gracia,
mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino
que es un don de Dios; y no es el resultado de las
obras, para que nadie se gloríe.
Nosotros somos creación suya: fuimos creados en
Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas
obras, que Dios preparó de antemano para que las
practicáramos.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Dios envió a su Hijo
para que el mundo se salve por Él
X Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
3, 14-21
Dijo Jesús:
De la misma manera que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él.
El que cree en Él no es condenado,
el que no cree ya está condenado,
porque no ha creído
en el Nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio:
la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron
las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal
odia la luz y no se acerca a ella,
por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad
se acerca a la luz,
para que se ponga de manifiesto
que sus obras han sido hechas en Dios.
Palabra del Señor.
Reflexión
CON NUESTRAS OBRAS NOS JUZGAMOS A NOSOTROS MISMOS
1.- Las falsa seguridades. El Libro de las
Crónicas describe la situación del pueblo de Dios
antes del destierro a Babilonia, y su retorno de
la cautividad. Los profetas habían criticado la
falsa seguridad en el culto de Jerusalén, porque
no es el Templo el que se puede salvar, sino la
palabra de Dios, que exige continuamente una
búsqueda de la justicia. Cuando no existe esa
búsqueda, el Templo se convierte en una "cueva de
ladrones". A este pueblo que no quiere caminar,
que no cree ya en las promesas, que no responde
con fe a la Palabra de Dios, el Señor le obliga a
caminar. Su falsa seguridad, el Templo, será
destruido y todos ellos deportados a Babilonia.
Allí aprenderán a esperar, allí renacerá la fe en
el Dios de sus padres, el que obliga a caminar, y
por eso la Palabra de Dios, una vez más, pondrá en
marcha a su pueblo y el Señor lo conducirá de
nuevo a Jerusalén en un segundo Éxodo. Así es toda
la historia de la salvación, siempre la Palabra de
Dios pone en marcha a su pueblo, un pueblo
recalcitrante que siempre, una y otra vez, recae
en falsa seguridad. Hoy día puede pasarnos a
nosotros lo mismo, al pensar que somos
“cumplidores” del precepto dominical y de otras
normas. Podemos creer, como decía aquella
ilustración de Mingote, que “al cielo iremos los
de siempre”.
2.- “Por la cruz, a la luz”. San Pablo nos
dice que Dios, rico en misericordia, nos ha hecho
vivir con Cristo y nos ha salvado por pura gracia;
nos dice que incluso nos ha resucitado con Cristo
Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Pero
entenderíamos mal estas palabras si, desconociendo
todo lo que en ellas hay aún de promesa,
respondiéramos con una fe triunfalista. Por eso,
San Pablo trata de hacerles volver los ojos a la
realidad cristiana y ésta no es otra que la cruz.
Porque sólo el que realiza la verdad se acerca a
la luz. Hemos sido salvados en Cristo. Con la
muerte de Cristo, el Hijo de Dios, todos hemos
sido ya salvados, pero sería prematuro el
cruzarnos de brazos para celebrar la victoria sin
poner nada de nuestra parte. A la luz se llega a
través de la cruz
3.- Vivir en la verdad y en la luz. Juan
utiliza la narración de la serpiente de bronce,
elevada por Moisés en el desierto, como figura que
ilustra proféticamente lo que sucede en la
"elevación" del Hijo del Hombre en la cruz. Ve en
la crucifixión el momento culminante de la vida de
Jesús, la "hora", de su glorificación. La
salvación viene del Hijo del Hombre exaltado en la
cruz. El plan de salvación no tiene otro
fundamento que el incomprensible amor de Dios al
"mundo”. Dios envía a su hijo para salvar al mundo
y no para condenarlo, Dios quiere la salvación de
todos los hombres. Frente a cualquier dualismo de
buenos y malos, Dios ofrece a todos la salvación y
no sólo a una minoría privilegiada. El nombre del
Hijo único de Dios es "Jesús", que significa "Dios
salva". Creer en el "nombre", es creer en la
misión salvadora de Jesús. Dios quiere la
salvación de todos; si, no obstante, algunos se
condenan es porque rechazan la salvación. El
juicio de Dios es algo que acontece ya cuando el
hombre resiste al Evangelio con su mala vida. La
"luz" cuestiona a los hombres y les obliga a
decidir entre la fe y la salvación, o la
incredulidad y la perdición. Muchos se deciden por
la incredulidad, porque sus obras no son buenas.
Los que obran perversamente se oponen a la verdad
con la mentira de su vida y esconden sus malas
obras huyendo de la luz. En cambio, los que hacen
la verdad buscan la luz, para que se vean sus
obras buenas. Nosotros nos juzgamos a nosotros
mismos, como dice San Agustín: “Dios no envió
su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él (Jn 3,17). El médico
viene a curar al enfermo en cuanto de él depende.
Quien no quiere cumplir sus prescripciones, se da
muerte a sí mismo. El Salvador vino al mundo; ¿por
qué se le llamó Salvador del mundo, sino (porque
vino) para salvar, no para juzgar al mundo? ¿No
quieres que él te salve? Tú mismo te juzgarás”
José María Martín OSA
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JESUCRISTO ES SALVACIÓN
1.- Dios no mandó su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo se salve
por él. El que cree en él no será condenado; el
que no cree ya está condenado, porque no ha creído
en el nombre del Hijo único de Dios. El
problema, para nosotros en este siglo XXI, es
precisar el alcance significativo de la palabra
“creer”. Porque es evidente que nadie puede creer
en Cristo, como el mismo san Pablo lo dice en más
de una ocasión, si alguien no se lo ha anunciado
convincentemente. Y existen muchos millones de
personas en nuestro mundo a los que nadie ha
anunciado convincentemente a Cristo como Hijo
único de Dios. Pensemos simplemente en la mayor
parte de los budistas, hinduistas, y musulmanes.
Muchas de estas personas que practican estas
religiones lo hacen convencidas de la verdad de su
fe y pensando que las demás religiones, incluida
la católica, no son las verdaderas. No podemos
afirmar nosotros que todas estas personas se van a
condenar por no haber creído en el nombre del Hijo
único de Dios, como dice literalmente san Juan en
el evangelio de este domingo. Ensanchemos, pues,
el sentido de la palabra “creer” en Cristo,
extendiendo su significado: podemos afirmar que
todas las personas que creen en los valores que
predicó Cristo, creen en Cristo. Se trata de los
que llamamos hoy día cristianos anónimos: personas
que creen y viven según los valores que predicó y
vivió Cristo.
2.- Esta es la causa de la condenación: que la
luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la
tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra perversamente detesta la
luz, y no se acerca a la luz, para no verse
acusado por sus obras. En cambio, el que realiza
la verdad se acerca a la luz, para que se vea que
sus obras están hechas según Dios. En estas
frases de San Juan, escritas a continuación de las
anteriores, vemos que el mismo san Juan nos dice
ahora que lo que nos salva son las buenas obras,
es decir, vivir de acuerdo con la luz y con la
verdad de Dios. Cristo es la luz y la verdad del
Padre; creer en Cristo es vivir según la luz y la
verdad del Padre, es decir, vivir según la luz y
la verdad de Cristo. Esto es creer en Cristo y en
este sentido decimos los cristianos que Cristo es
nuestro único camino, nuestra única verdad y
nuestra única vida, para llegar al Padre. Por
tanto, pidamos a Dios que nuestras obras, y las
obras de los que no creen en Cristo, sean siempre
obras que estén de acuerdo con el evangelio de
Cristo, porque si hacemos esto nos salvaremos unos
y otros.
3.- En aquellos días, todos los jefes de los
sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus
infidelidades, según las costumbres abominables de
los gentiles… Se burlaron de los mensajeros de
Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de
sus profetas, hasta que subió la ira del Señor
contra su pueblo a tal punto, que ya no hubo
remedio. En este segundo libro de las Crónicas
se interpreta el castigo de Dios a los sacerdotes
y pueblo de Israel como consecuencia de la maldad
de sacerdotes y pueblo. Pero, al final, se dice
que Dios, misericordioso y compasivo, se compadece
de su pueblo y mueve el corazón del rey de Persia,
Ciro, para que permita al pueblo de Israel volver
a Jerusalén y reconstruir el templo. Nosotros
sabemos hoy que los castigos físicos no son
consecuencia necesaria de los pecados morales,
pero es bueno que, a la luz de este texto de las
Crónicas, nos demos cuenta de que la misericordia
de Dios triunfa siempre su ira. No nos
desanimemos, pues, nunca y arrepintámonos siempre
de nuestros pecados; Dios nunca nos fallará,
aunque tenga que valerse, como en este caso, de
personas que no practican nuestra religión. Muchas
veces, personas no creyentes en nuestra religión
nos dan ejemplo, como en este caso el rey Ciro, de
magnanimidad y misericordia.
4.- Por pura gracia estáis salvados… Pues
estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y
no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios;
y tampoco se debe a las obras, para que nadie
pueda presumir… Dios nos ha creado en Cristo
Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras,
que él determinó que practicásemos. Podemos
repetir aquí lo mismo que dijimos en el comentario
al evangelio, según san Juan. También aquí san
Pablo, en su carta a los Efesios, nos dice que el
que salva es Dios, con su gracia, pero que Dios
nos ha creado en Cristo Jesús para que nosotros
nos dediquemos a las bunas obras. Es decir, que si
queremos imitar a Jesús y seguirle, debemos hacer
buenas obras. Y esto que dijo san Pablo a los
primera cristianos de Éfeso, vale también para
nosotros y para las personas de todos los tiempos,
sean cristianas o no: es Dios el que nos salva,
pero si nosotros queremos libremente que Dios nos
salve debemos hacer obras buenas.
Gabriel González del Estal
www.betania.es
LAS PANCARTAS DE LA CALLE
Celebramos en este cuarto domingo de cuaresma el
llamado Domingo “Laetare”, es decir “Alégrate” por
la proximidad de la Santa Pascua. ¿Poseemos
razones para la alegría? ¿Mirando a nuestro
alrededor podemos sonreír, levantarnos o dar una
ojeada con optimismo al futuro?
1.- Recientemente, en un estudio sociológico sobre
España, nos hemos desayunado con que la práctica
religiosa ha aumentado un 4%. Muchas lecturas se
pueden desprender de esta publicación de datos.
Entre otras que, las personas, necesitamos más
profundas y auténticas razones para la esperanza.
Que el entorno que nos presiona y nos maniata
lejos de producir en nosotros un efecto de vida y
de paz, nos conduce a todo lo contrario.
¿Dónde están nuestras fuentes de satisfacción? ¿En
el circo en el que a veces se convierte nuestra
vida? ¿En aquello que los tecnócratas diseñan para
nuestro día a día?
2.- La Pascua, que asoma en la esquina de la santa
cuaresma, nos brinda la luz de Jesucristo.
Viviremos con pasión y devoción lo que, el ruido
del día a día, nos impide disfrutar: la presencia
de un Cristo que es salvación, redención o más
allá.
Es extraño, por no decir imposible, caminar por
una calle o una vía sin encontrarnos con una
pancarta que no reclame, anuncie, convoque o no
diga algo. Jesucristo en medio del caos es un
estandarte de vida y de resurrección. Pero, para
que así lo apreciemos, hemos de saber mirar en la
dirección adecuada. ¿Qué nos impide contemplar,
amar, celebrar y desear a Cristo?
3.- La Pascua, y no lo olvidemos, es el paso de
Dios por medio de nosotros. Lo hizo en Navidad (de
una forma humilde) y, de nuevo, lo realiza de un
modo radical: nos ofrece la prueba de su máximo
amor en cruz. ¿Quién busca a quién? ¿Buscamos
nosotros a Dios o es Dios quien nos busca a
nosotros? No lo dudemos, siempre, la iniciativa
está en Él, viene de Él y en nosotros, tan sólo,
reside la respuesta. ¿Qué le respondemos?
4.- Que en el sprint final de la cuaresma nos
sintamos atraídos por la persona de Jesucristo. La
Nueva Evangelización sólo será posible con
cristianos evangelizados. ¿Cómo vamos a presentar
como modelo de referencia a Jesús si, previamente,
no lo sentimos en propias carnes? ¿Cómo vamos a
proponerlo como blasón de tantos valores que hacen
falta en nuestro mundo si preferimos enarbolar en
nuestras manos cometas de colores, sin
consistencia, volátiles o sin contenido alguno?
5.- Una vida sin Dios es un barco a la deriva, una
embarcación sin ancla. La Semana Santa que llama a
nuestra puerta puede ser una gran ocasión para
llenarnos de entereza y de fortaleza. Para
reconstituirnos por dentro y para sentirnos con
capacidad, venida de lo alto, seguir adelante.
Pero, también, para volver a las fuentes de
nuestra fe. Para saber en qué creemos, en quién
creemos y por qué creemos.
Es cuestión de levantar la cabeza, de no dejarnos
despistar por otras banderas que no sean las de la
fe y la confianza en Dios. Sólo así sentiremos que
nuestra vida estará tocada por la resurrección y
la vida que Jesús nos ofrece a su paso cerca de
nosotros.
Javier Leoz
www.betania.es
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