26, 3-5. 14–27,
66
¿Cuánto me darán si lo entrego?
C.
Unos días antes de la fiesta de Pascua, los Sumos
Sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron
en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás,
y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con
astucia y darle muerte. Pero decían:
S.
«No lo hagamos durante la fiesta, para que no se
produzca un tumulto en el pueblo».
C.
Entonces, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote,
fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo:
S.
«¿Cuánto me darán si se lo entrego?»
C.
Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión
favorable para entregarlo.
¿Dónde quieres que te preparemos la comida
pascual?
C.
El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron
a preguntar a Jesús:
S.
«¿Dónde quieres que te preparemos la comida
pascual ?»
C.
Él respondió:
X
«Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y
díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy
a celebrar la Pascua en tu casa con mis
discípulos"».
C.
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y
prepararon la Pascua.
Uno
de ustedes me entregará
C.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y,
mientras comían, Jesús les dijo:
X
«Les aseguro que uno de ustedes me entregará».
C.
Profundamente apenados, ellos empezaron a
preguntarle uno por uno:
S.
«¿Seré yo, Señor?» C. Él respondió:
X
«El que acaba de servirse de la misma fuente que
Yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se
va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquél por
quien el Hijo del hombre será entregado: más le
valdría no haber nacido!»
C.
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:
S.
«¿Seré yo, Maestro?»
X
«Tú lo has dicho».
C.
Le respondió Jesús.
Esto
es mi cuerpo. Ésta es mi sangre
C.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo:
X
«Tomen y coman, esto es mi Cuerpo».
C.
Después tomó una copa, dio gracias y se la
entregó, diciendo:
X
«Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la
Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos
para la remisión de los pecados. Les aseguro que
desde ahora no beberé más de este fruto de la vid,
hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo
en el Reino de mi Padre».
C.
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el
monte de los Olivos.
Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del
rebaño
C.
Entonces Jesús les dijo:
X
«Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a
causa de mí. Porque dice la Escritura: "Heriré al
pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño".
Pero después que Yo resucite, iré antes que
ustedes a Galilea».
C.
Pedro, tomando la palabra, le dijo:
S.
«Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no
me escandalizaré jamás».
C.
Jesús le respondió:
X
«Te aseguro que esta misma noche, antes que cante
el gallo, me habrás negado tres veces».
C.
Pedro le dijo:
S.
«Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré».
C.
Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
Comenzó a entristecerse y a angustiarse
C.
Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una
propiedad llamada Getsemaní, les dijo:
X
«Quédense aquí, mientras Yo voy allí a orar».
C.
Y llevando con Él a Pedro y a los dos hijos de
Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse.
Entonces les dijo:
X
«Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense
aquí, velando conmigo».
C.
Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en
tierra, orando así:
X
«Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí
este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya».
C.
Después volvió junto a sus discípulos y los
encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro:
X
«¿Es posible que no hayan podido quedarse
despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén
prevenidos y oren para no caer en la tentación,
porque el espíritu está dispuesto, pero la carne
es débil».
C.
Se alejó por segunda vez y suplicó:
X
«Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que
yo lo beba, que se haga tu voluntad».
C.
Al regresar los encontró otra vez durmiendo,
porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente
se alejó de ellos y oró por tercera vez,
repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto
a sus discípulos y les dijo:
X
«Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la
hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado
en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya
se acerca el que me va a entregar»
Se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron
C.
Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas;
uno de los Doce, acompañado de una multitud con
espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes
y los ancianos del pueblo. El traidor les había
dado esta señal:
S.
«Es aquél a quien voy a besar. Deténganlo».
C.
Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole:
S.
«Salud, Maestro».
C.
Y lo besó. Jesús le dijo:
X
«Amigo, ¡cumple tu cometido!»
C.
Entonces se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron.
Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e
hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole
la oreja. Jesús le dijo:
X
«Guarda tu espada, porque el que a hierro mata, a
hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a
mi Padre? Él pondría inmediatamente a mi
disposición más de doce legiones de ángeles. Pero
entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras,
según las cuales debe suceder esto?»
C.
Y en ese momento, Jesús dijo a la multitud:
X
«¿Soy acaso un bandido, para que salgan a
arrestarme con espadas y palos? Todos los días me
sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me
detuvieron».
C.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que
escribieron los profetas. Entonces todos los
discípulos lo abandonaron y huyeron.
Verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del
Todopoderoso
C.
Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a
la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían
reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo
siguió de lejos hasta el palacio del Sumo
Sacerdote; entró y sentó con los servidores para
ver cómo terminaba todo.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban
un falso testimonio contra Jesús para poder
condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a
pesar de haberse presentado numerosos testigos
falsos. Finalmente, se presentaron dos que
declararon:
S.
«Este hombre dijo: "Yo puedo destruir el Templo de
Dios y reconstruirlo en tres días"».
C.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a
Jesús:
S.
«¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran
contra ti?»
C.
Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió:
S.
«Te conjuro por el Dios vivo a queme digas si Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios».
C.
Jesús le respondió:
X
«Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora
en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la
derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes
del cielo».
C.
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras,
diciendo:
S.
«Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de
testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué
les parece?»
C.
Ellos respondieron:
S.
«Merece la muerte».
C.
Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon.
Otros lo golpeaban, diciéndole:
S.
«Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te
golpeó».
Antes que cante el gallo, me negarás tres veces
C.
Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el
patio. Una sirvienta se acercó y le dijo:
S.
«Tú también estabas con Jesús, el Galileo».
C.
Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
S.
«No sé lo que quieres decir».
C.
Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra
sirvienta y dijo a los que estaban allí:
S.
«Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el
Nazareno».
C.
Y nuevamente Pedro negó con juramento:
S.
«Yo no conozco a ese hombre».
C.
Un poco más tarde, los que estaban allí se
acercaron a "Pedro y le dijeron:
S.
«Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu
acento te traiciona».
C.
Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no
conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y
Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho:
«Antes que cante el gallo, me negarás tres veces».
Y saliendo, lloró amargamente.
Entregaron a Jesús a Pilato, el gobernador
C.
Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y
ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de
hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado,
lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo
entregaron.
No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es
precio de sangre
C.
Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había
sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió
las treinta monedas de plata a los sumos
sacerdotes y a los ancianos, diciendo:
S.
«He pecado, entregando sangre inocente».
C.
Ellos respondieron:
S.
«¿Qué nos importa? Es asunto tuyo».
C.
Entonces él, arrojando las monedas en el Templo,
salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando
el dinero, dijeron:
S.
«No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es
precio de sangre».
C.
Después de deliberar, compraron con él un campo,
llamado «del alfarero», para sepultar a los
extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el
día de hoy «Campo de sangre». Así se cumplió lo
anunciado por el profeta Jeremías: «y ellos
recogieron las treinta monedas de plata, cantidad
en que fue tasado aquel a quien pusieron precio
los israelitas. Con el dinero se compró el "Campo
del alfarero", como el Señor me lo había
ordenado».
¿Tú eres el rey de los judíos?
C.
Jesús compareció ante el gobernador, y éste le
preguntó:
S.
«¿Eres Tú el rey de los judíos?»
C.
Él respondió:
X
«Tú lo dices».
C.
Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los
ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo:
S.
«¿No oyes todo lo que declaran contra ti?»
C.
Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y
esto dejó muy admirado al gobernador. En cada
Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en
libertad a un preso, a elección del pueblo. Había
entonces uno famoso, llamado Jesús Barrabás.
Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
S.
«¿A quién quieren que ponga en libertad, a Jesús
Barrabás o a Jesús llamado el Mesías?»
C.
Él sabía bien que lo habían entregado por envidia.
Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer
le mandó decir:
S.
«No te mezcles en el asunto de ese justo porque
hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo
sufrir mucho».
C.
Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los
ancianos convencieron a la multitud que pidiera la
libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando
de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
S.
«¿A cuál de los dos quieren que ponga en
libertad?»
C.
Ellos respondieron:
S.
«A Barrabás».
C.
Pilato continuó:
S.
«¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?»
C.
Todos respondieron:
S.
«¡Que sea crucificado!»
C.
Él insistió:
S.
«¿Qué mal ha hecho?»
C.
Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S.
«¡Que sea crucificado!»
C.
Al ver que no se llegaba a nada, sino que
aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se
lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
S.
«Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de
ustedes».
C.
Y todo el pueblo respondió:
S.
«Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre
nuestros hijos».
C.
Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a
Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó
para que fuera crucificado.
Salud, rey de los judíos
C.
Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al
pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor
de Él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un
manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y
la colocaron sobre su cabeza; pusieron una caña en
su mano derecha y, doblando la rodilla delante de
Él, se burlaban, diciendo:
S.
«Salud, rey de los judíos».
C.
Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le
golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de
Él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus
vestiduras y lo llevaron a crucificar.
Fueron crucificados con Él dos bandidos
C.
Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene,
llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que
significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber
vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo.
Después de crucificarlo, «los soldados sortearon
sus vestiduras y se las repartieron;» y sentándose
allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron
sobre su cabeza una inscripción con el motivo de
su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos».
Al mismo tiempo, fueron crucificados con El dos
bandidos, uno a su derecha y el otro a su
izquierda.
Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz
C.
Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la
cabeza, decían:
S.
«Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo
vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres
Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
C.
De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto
con los escribas y los ancianos, se burlaban,
diciendo:
S.
«¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí
mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz
y creeremos en Él. "Ha confiado en Dios; que Él lo
libre ahora si lo ama", ya que Él dijo: "Yo soy
Hijo de Dios"».
C.
También lo insultaban los bandidos crucificados
con Él.
Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?
C.
Desde. el mediodía hasta las tres de la tarde, las
tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres
de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
a
«Elí, lí, lemá sabactaní».
C.
Que significa:
X
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C.
C.
Algunos de los que se encontraban allí, al
oírlo, dijeron:
S.
«Está llamando a Elías». En seguida, uno de ellos
corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre
y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de
beber. Pero los otros le decían:
S.
«Espera, veamos si Elías viene a salvarlo».
C.
Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente,
entregó su espíritu.
Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve
silencio de adoración.
C.
Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en
dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas
se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos
cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y,
saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó,
entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a
mucha gente. El centurión y los hombres que
custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo
que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
S.
«¡Verdaderamente, éste era Hijo de Dios!»
C.
Había allí muchas mujeres que miraban de lejos:
eran las mismas que habían seguido a Jesús desde
Galilea para servirlo.
Entre ellas estaban María Magdalena, María -la
madre de Santiago y de José- y la madre de los
hijos de Zebedeo.
José depositó el cuerpo de Jesús en un sepulcro
nuevo
C.
Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea,
llamado José, que también se había hecho discípulo
de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el
cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo
entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo
envolvió una sábana limpia y lo depositó en un
sepulcro nuevo que sé había hecho cavar en la
roca. Después hizo rodar una gran piedra a la
entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y
la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
Ahí tienen la guardia,
vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente
C.
A la mañana siguiente, es decir, después del día
de la Preparación, los sumos sacerdotes y los
fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato,
diciéndole:
S.
«Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese
impostor, cuando aún vivía, dijo: "A los tres días
resucitaré". Ordena que el sepulcro sea custodiado
hasta el tercer día, no sea que sus discípulos
roben el cuerpo y luego digan al pueblo: "¡Ha
resucitado!" Este último engaño sería peor que el
primero».
C.
Pilato les respondió:
S.
«Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la
vigilancia como lo crean conveniente».
C.
Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del
sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la
guardia.
Palabra del Señor.
Reflexión
“DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR”
Después de estos cuarenta días en los que nos
hemos ido preparando interiormente para la Pascua,
la fiesta de hoy nos abre la puerta a las
celebraciones centrales del misterio de nuestra
fe. Hoy vemos a Jesús que entra triunfante en
Jerusalén, acompañado por sus discípulos y
aclamado por todo el pueblo como rey y como
Mesías. Pero la fiesta y la alegría de hoy pronto
se convertirán en entrega, en pasión, en dolor.
Jesús entra en Jerusalén para dar su vida en la
cruz. Por eso, el carácter de esta fiesta es
doble: la alegría de recibir a Jesús como Mesías,
pero también la pasión y el sufrimiento de la
cruz. Por eso, nuestra celebración de hoy lleva
por nombre ""Domingo de Ramos en la Pasión del
Señor", y el mismo color rojo de las vestiduras
del sacerdote en esta fiesta nos recuerdan la
sangre de la cruz.
1.
Jesús aclamado como Mesías.
Con la procesión de las palmas hemos rememorado la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. La ciudad
entera abre sus puertas a Cristo que entra, los
discípulos, entusiasmados, gritan a una voz
“Bendito el que viene como rey, en nombre del
Señor”. Jesús es aclamado como rey y como Mesías.
Reconocer a Cristo como rey significa aceptarlo
como aquél que nos guía en nuestro camino, como
aquél a quien debemos escuchar y al que seguimos.
Reconocer a Cristo como Mesías es aceptarlo como
nuestro salvador, siendo conscientes de que no
podemos hacer nada sin Él, que nuestra salvación
viene de Él. Por eso, la celebración de hoy tiene
un primer carácter festivo, de alegría. Como los
habitantes de Jerusalén abrieron las puertas de su
ciudad para acoger al Mesías, también nosotros hoy
queremos abrir las puertas de nuestra vida para
que entre en ella Cristo, el que viene en nombre
del Señor, nuestro rey y Mesías. Comenzamos pues
la Semana Santa con gozo, haciendo fiesta, pues
Cristo viene a nosotros.
2.
Un Mesías pobre.
Al contemplar hoy a Cristo que entra en Jerusalén
montado en un asno, pobremente, reconocemos a Dios
que quiere entrar también en nuestra vida de forma
sencilla. Jesús triunfante, al entrar en la ciudad
santa, no entró de forma portentosa, sin pompa ni
lujos. Jesús no entró en Jerusalén montado en
carroza, con un séquito que le acompañase, sino
que entró humildemente. La entrada triunfal de
Jesús en Jerusalén es sencilla, como le gusta
hacer las cosas a Dios. Un asno que ni siquiera es
suyo, sino que ha tenido que pedir prestado, como
hemos escuchado en el pasaje del Evangelio que se
ha proclamado al comenzar la procesión. Nos
recuerda al pasaje del profeta Zacarías: “¡Salta
de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene
tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un
borrico, en un pollino de asna” (Zac 9, 9). Dios
no viene a nosotros con boatos, no sale a nuestro
encuentro con lujos ni parafernalias. Dios
siempre aparece en nuestras vidas con sencillez,
pobremente. Es difícil reconocer a Dios en un
hombre sencillo y montado en un borrico. Los
discípulos y los habitantes de Jerusalén lo
reconocieron. Nosotros, si vivimos pendientes de
las riquezas y de la abundancia, difícilmente lo
reconoceremos. Abramos pues nuestros corazones a
Dios que viene sencillo, pobremente. Que Él entre
en nosotros y encuentre un corazón sencillo,
dispuesto a acogerle con júbilo. ¡Bendito el que
viene en nombre del Señor!
3.
Un Mesías
sufriente. Pero
la fiesta de hoy, como decíamos al principio,
tiene un carácter no sólo festivo, sino también de
pasión. Cristo entra en Jerusalén para subirse al
madero de la cruz y dar su vida por nosotros. Por
eso, la liturgia de hoy nos recuerda que ser
Mesías es dar la vida, entregarse por nosotros,
por amor a nosotros. En las lecturas de la Misa de
hoy escuchamos diversos textos que nos recuerdan
qué significa ser Mesías. La primera lectura, en
la que escuchamos el tercer cántico del Siervo de
Yahvé del profeta Isaías, nos presenta a un Mesías
sufriente, a quien el Señor abre el oído para
escuchar y le da una palabra de aliento para el
abatido, pero que también ofrece la espalda y las
mejillas a quienes le maltratan, que no se esconde
ante los ultrajes, pues tiene su confianza puesta
en el Señor. El salmo 21 recoge el sufrimiento de
quien se siente abandonado, maltratado, pero que a
pesar de ello mantiene su confianza en el Señor,
su fuerza. Este salmo lo pone el evangelista en
labios de Jesús en el momento de la cruz “Dios
mío, Dios mío, ¡por qué me has abandonado?” La
segunda lectura, en la que encontramos el
impresionante himno cristológico de la carta de
Pablo a los filipenses, nos presenta a un Cristo
obediente, despojado de todo, rebajado hasta
someterse a una muerte en cruz. Y finalmente en
largo relato del Evangelio de hoy, según san
Lucas, podemos contemplar la pasión y muerte del
Señor. Cristo, que hoy entra triunfante en
Jerusalén, es el Mesías sufriente, que muere por
amor, que da la vida por nosotros. Éste es el
verdadero sentido de la Semana Santa que hoy
empezamos: celebrar y vivir el amor de Dios
manifestado en la entrega incondicional de Cristo
en la Cruz.
Al celebrar hoy esta fiesta del Domingo de Ramos, abramos con
gozo las puertas de nuestro corazón a Cristo, el
Mesías, que viene a nosotros como en aquel día
entró en Jerusalén. Él viene sencillo, pacífico,
pobre. Desea mostrarnos el amor de Dios, y lo hace
con su muerte en la cruz, con la entrega de su
vida. Que las enseñanzas de su pasión nos sirvan
de testimonio, como hemos rezado en la oración
colecta de hoy. Pongamos a Cristo en el centro de
nuestra vida y caminemos así hasta la Pascua de la
Resurrección.
Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es
EN ESTE DOMINGO ESTÁ RESUMIDA LA VIDA PÚBLICA DE
JESÚS
1.-
¡Bendito el que
viene como rey, en nombre del Señor!
Sí, Cristo conoció momentos de triunfo y momentos
de pasión. La liturgia del domingo de ramos nos
describe estos momentos de triunfo y los momentos
de pasión con una viveza y una plasticidad
asombrosa. Comenzamos la ceremonia con la
bendición y la procesión de los ramos: es el
momento del triunfo. Quizá el pueblo fiel ha
identificado siempre la fiesta del domingo de
ramos con la procesión: a la fiesta del domingo de
ramos se iba preparado, sobre todo, para ver y
participar en la procesión que había antes de la
misa. Para eso la gente se vestía con el mejor
traje, o con la mejor falda, blusa o abrigo que
encontraran en el armario. ¡Quien no estrena en
ramos, o es manco, o no tiene manos!, decía la
gente sencilla. Para ellos, la fiesta del domingo
de ramos era la fiesta de la procesión de ramos. Y
sabían, quizá de una manera imprecisa y no muy
teológica, que eso lo hacían para honrar al Señor,
para acompañarle en su entrada triunfal en
Jerusalén. Ellos, todos, estaban de parte del
Señor, le aclamaban como a su verdadero rey y
Señor. Los demás reyes y señores de la tierra eran
nada comparados con la grandeza del Rey y Señor de
los señores, con Cristo Jesús. Yo no sé lo que
sentiría Cristo cuando, montado en un pollino,
entró triunfalmente en Jerusalén, aclamado con
gritos y cánticos por el pueblo sencillo y viendo
el camino alfombrado con los mantos de la gente.
Pero indudablemente debió sentirse agradecido a la
piedad sincera de aquella gente sencilla. Por eso,
cuando algunos fariseos le dicen que reprenda a
sus discípulos, Jesús les replica: os digo que, si
estos callan, gritarán las piedras. Aclamemos hoy
nosotros, desde los pliegos más sencillos e
íntimos de nuestra alma, a quien vino a la tierra
para salvarnos y liberarnos de tanta miseria y de
tanto mal como nos circunda. Dejemos que Cristo
sea, en este momento, el rey y señor que
transforme nuestros corazones.
2.-
No oculté el
rostro a insultos y salivazos.
Es el momento del sufrimiento y de la pasión.
Muchos momentos de la vida de Cristo fueron
momentos de pasión. Jesús no buscó el sufrimiento
porque le gustara sufrir; Jesús aceptó el
sufrimiento porque para ser fiel a la voluntad de
su Padre Dios tuvo que hacer muchas cosas que le
causaron un gran sufrimiento. No ocultó el rostro
a insultos y salivazos, no se acobardó ante el
sufrimiento que le suponía su lucha constante
contra el mal, su denuncia diaria de la ambición,
de la hipocresía y de la maldad de muchos jefes
políticos y religiosos de su tiempo. Por eso, en
la liturgia de este domingo de ramos leemos
también el relato de la pasión y muerte de Cristo,
para que no olvidemos que en la vida de Cristo,
junto a los momentos de triunfo hubo también
momentos de pasión. Como la vida de cualquier
cristiano que quiera ser fiel a la voluntad de
nuestro Padre Dios; hemos de saber aceptar en
nuestra vida los momentos de triunfo y los
momentos de pasión con igual entereza y con amor.
Participemos hoy con alegría en la procesión de
los ramos y unámonos espiritualmente, en la
lectura de la pasión, al Cristo que, por amor,
aceptó valientemente el sufrimiento, sin ocultar
su rostro a insultos y salivazos.
Gabriel González del Estal
www.betania.es
LA CRUZ NOS LIBERA
1.-
Jesús dio
libremente su vida.
El himno cristológico de la carta a los Filipenses
refleja la entrega de Jesús, hasta vaciarse por
nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en
teología: es la "kenosis" de Cristo. Kenosis viene
del griego "kenos", que significa precisamente
"vacío". Se concretizó en una obediencia total a
su misión, que era la voluntad del Padre. Y no
sólo aceptó esta obediencia, sino que escogió
también el vivirla hasta el final, "hasta la
muerte y la muerte en la cruz", esta muerte que
era reservada a los malhechores o a los esclavos.
En este sentido, Jesús dio libremente su vida.
2.-
Jesús sigue
muriendo hoy día...
El anonadamiento de Cristo es la puerta que
conduce la glorificación. Por la cruz se llega a
la luz. El centurión desvela todo el enigma que
Marcos ha mantenido en secreto durante todo su
evangelio. Sólo en la cruz se desvela el misterio.
Ese Jesús crucificado es "verdaderamente el Hijo
de Dios", es el Cristo, Mesías Ungido y esperado
por el pueblo. Este himno nos introduce en el
misterio pascual –muerte y resurrección de Cristo–
que vamos a celebrar en el Triduo Santo. Jesús en
este domingo de Ramos es aclamado por aquellos que
después van a quitarle de en medio. Todo esto
ocurre porque Jesús se mete en el mundo, asume el
dolor de todos los hombres que hoy son
"crucificados". Jesús se empeña en estar en todos
los líos, se sitúa en las entrañas de la vida,
allí donde se juega el futuro de la humanidad. El
mundo es su sitio. No le va la muerte ni la
marginación –siempre injusta–. Lucha por acabar
con todo aquello que degrada al hombre, que le
humilla y hunde en el abismo. Fue valiente, por
eso le mataron tanto el poder político como el
religioso. Pero Jesús sigue muriendo hoy día...
Nosotros seguimos crucificando a muchos "cristos"
y gritando: "¡Crucifícalo!".
3. –
Aceptar nuestra
propia cruz. No
podemos quedarnos con la contemplación piadosa de
un cuadro melodramático. La lectura de la pasión
debe ayudarnos para descubrir el drama que hoy
vive la humanidad y nuestra actitud ante ella. No
se proclama la Pasión de Jesús para contemplar o
imaginar un espectáculo masoquista que nos muestra
cómo unos hombres malos mataron al Hijo de Dios.
Tampoco se proclama para que los fieles nos demos
golpes de pecho y lloremos desgarradamente por el
“pecado de Adán”. No podemos olvidar que Él cargó
con nuestros pecados. Aceptar nuestra propia cruz
nos cuesta mucho, pero nos puede ayudar a llegar
hasta Dios.
“Una vez un joven andaba buscando al Señor, pues quería ser su
amigo. El Señor estaba en el bosque preparando
cruces para que sus amigos le siguiéramos. El
joven encontró al Señor y cargó con una cruz. Era
grande, pesada y tenía nudos que le herían en la
espalda. Un diablejo se le cruzó y le ofreció un
hacha. Fue cortando trozos a la cruz para
calentarse por la noche. Cortó los nudos y ya no
le dañaba. Así, lisa y pequeña, resultaba bonita.
Casi podría colgársela al cuello como adorno. Pero
al llegar al reino vio que la puerta estaba en lo
alto de la muralla. «Apoya la cruz en la muralla y
trepa por los nudos», le dijo el Señor. Pero la
había recortado y pulido tanto que no podía subir.
«Vuelve sobre tus pasos, le insistió el Señor, y
si ves a alguno agobiado, ayúdale y así podréis
subir juntos los dos con la cruz de tu amigo”.
Ayudemos nosotros a llevar la cruz a aquellos que sufren su peso…
Su cruz puede ayudarnos a subir al Reino…
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José María Martín OSA
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