¡Alégrate,
el Señor está contigo!
EVANGELIO DEL DÍA
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Jn 6, 68
|
|
Domingo, 31 de julio del 2022
DOMINGO 18° DURANTE EL AÑO
Eclesiastés 1, 2; 21- 23 / Colosenses 3, 1-5. 9-11 /
Lucas 12, 13-21
Salmo responsorial Sal 89, 3-6. 12-14. 17
R/. "Señor, Tú has sido nuestro refugio"
Santoral:
San Ignacio de Loyola, Santos Pedro
Doan Cong Quy y Manuel Phun
LECTURAS DEL
DOMINGO 31 DE JULIO DE 2022
DOMINGO
18°
DURANTE EL AÑO
¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo?
Lectura del libro del Eclesiastés
1, 2; 2, 21-23
¡Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio Cohélet.
¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!
Porque un hombre que ha trabajado
con sabiduría, con ciencia y eficacia,
tiene que dejar su parte
a otro que no hizo ningún esfuerzo.
También esto es vanidad y una grave desgracia.
¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo
y todo lo que busca afanosamente bajo el sol?
Porque todos sus días son penosos,
y su ocupación, un sufrimiento;
ni siquiera de noche descansa su corazón.
También esto es vanidad.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
89, 3-6.
12-14. 17
R.
Señor,
Tú has sido nuestro refugio.
Tú haces que los hombres vuelvan al polvo,
con sólo decirles: «Vuelvan, seres humanos».
Porque mil años son ante tus ojos
como el día de ayer, que ya pasó,
como una vigilia de la noche.
R.
Tú los arrebatas, y son como un sueño,
como la hierba que brota de mañana:
por la mañana brota y florece,
y por la tarde se seca y se marchita.
R.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que nuestro corazón alcance la sabiduría.
¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...?
Ten compasión de tus servidores.
R.
Sácianos en seguida con tu amor,
y cantaremos felices toda nuestra vida.
Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor;
que el Señor, nuestro Dios,
haga prosperar la obra de nuestras manos.
R.
Busquen los bienes del cielo, donde está Cristo
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Colosas
3, 1-5. 9-11
Hermanos:
Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen
los bienes del cielo donde Cristo está sentado a
la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto
en las cosas celestiales y no en las de la tierra.
Porque ustedes están muertos, y su vida está desde
ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se
manifieste Cristo, que es la esperanza de ustedes,
entonces también aparecerán ustedes con Él, llenos
de gloria.
Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo
que es terrenal: la lujuria, la impureza, la
pasión desordenada, los malos deseos y también la
avaricia, que es una forma de idolatría. Tampoco
se engañen los unos a los otros.
Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de
sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquél
que avanza hacia el conocimiento perfecto,
renovándose constantemente según la imagen de su
Creador. Por eso, ya no hay pagano ni judío,
circunciso ni incircunciso, bárbaro ni extranjero,
esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es
todo y está en todos.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
¿Para quién será lo que has amontonado?
X
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
12, 13-21
Uno de la multitud dijo al Señor: «Maestro, dile a
mi hermano que comparta conmigo la herencia».
Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha
constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después
les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aun
en medio de la abundancia, la vida de un hombre no
está asegurada por sus riquezas».
Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre
rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se
preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo
dónde guardar mi cosecha". Después pensó: "Voy a
hacer esto: demoleré mis graneros, construiré
otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo
y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes
bienes almacenados para muchos años; descansa,
come, bebe y date buena vida".
Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche
vas a morir. ¿Y para quién será lo que has
amontonado?"
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para
sí, y no es rico a los ojos de Dios».
Palabra del Señor.
Reflexión
LA CONFIANZA PUESTA EN EL SEÑOR
Si el domingo pasado la palabra de Dios nos
enseñaba la importancia de la oración, y a orar
con insistencia intercediendo por los demás, a
partir de este domingo escucharemos en el
Evangelio algunos pasajes en los que el Señor nos
recordará algunas de las actitudes propias del
cristiano, del seguidor de Cristo. Hoy la palabra
de Dios nos habla de la confianza puesta en el
Señor, y no en nosotros mismos o en nuestros
bienes.
1.
Dos hermanos
peleados por la herencia.
Cuántas veces hemos visto esto mismo entre los
nuestros, ya sea en nuestra propia familia o entre
amigos y conocidos. ¡Qué triste es cuando dos
hermanos se pelean por la herencia! Así se le
presenta a Jesús el caso de un hombre que le pide
ayuda: “Maestro, dile a mi hermano que reparta
conmigo la herencia”. Este hombre sería
probablemente un buen hombre, no tendría maldad,
pues le pide a Jesús algo que es justo: que su
hermano reparta justamente la herencia de sus
padres. No es nada malo lo que el hombre aquel le
pide a Jesús. Sin embargo, este buen hombre se
equivoca al buscar en Jesús algo que Él no da,
pues Dios está por encima de estas cosas
materiales. Por eso Jesús le responde: “¿Quién me
ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Aquel
hombre le pedía con confianza a Dios, como veíamos
el domingo pasado, pero se equivocaba en el
contenido de su petición. Estaba demasiado
preocupado por los bienes materiales, por el
dinero, que no veía la grandeza de todo lo que
Dios puede darnos, más allá de lo material. Esto
va en sintonía con lo que hemos escuchado en la
primera lectura, del libro de Qoelet o del
Eclesiastés. Este libro sapiencial nos recuerda la
vaciedad de las cosas de este mundo. Puede parecer
un relato pesimista y amargado. Sin embargo, al
leerlo despacio y observando la verdad de nuestro
mundo, nos damos cuenta de que más bien se trata
de un relato optimista, que nos recuerda que todo
lo que un hombre llegue a ganar aquí en este
mundo, en este mundo se queda.
2.
Guardaos de toda
clase de codicia, pues la vida no depende de los
bienes. Como
respuesta a aquel hombre que le pedía justicia a
Jesús para el reparto de la herencia, y como
complemento al relato del Qoelet, Jesús nos
recuerda en el Evangelio que la vida de un hombre
no depende de sus bienes materiales, y propone la
parábola de aquel hombre que tuvo una buena
cosecha y decidió almacenarlo todo para así poder
echarse a la buna vida. Y Jesús concluye esta
parábola con aquella pregunta del Señor: “Necio,
esta noche te van a exigir la vida. Lo que has
acumulado, ¿de quién será?”. Me gusta mucho
recordar aquí aquella frase tan ilustrativa que
tantas veces repite el papa Francisco: nunca he
visto un camión de mudanzas detrás de un coche de
la funeraria. Es bien cierto que todos los bienes
materiales los dejamos aquí en la tierra, y que
cuando nos vayamos al otro mundo, después de la
muerte, no nos llevamos nada material. Y es que,
como nos dice hoy Jesús, nuestra vida vale mucho
más que los bienes que tengamos. Y por muchos
bienes que un hombre llegue a tener, su vida es
infinitamente más valiosa e importante. Por ello
Jesús nos advierte contra la codicia, que es el
deseo vehemente de poseer muchas cosas, y cuanto
más, mejor.
3.
Buscad los bienes
de allá arriba.
Y es que la codicia, la sed de tener y de poseer
más, nos alejan de Dios. Pues Dios no es material,
no entra dentro de la lista de deseos de aquellos
que codician tener cada vez más cosas. Por ello,
este deseo de poseer y de tener más bienes nos
aleja siempre de Dios. Así, san Pablo, en la
segunda lectura de hoy, nos ha recordado que hemos
de aspirar a los bienes de allá arriba, donde está
Cristo, a los bienes del Cielo. Ya que Cristo ha
resucitado y está en el Cielo, nuestra aspiración
mejor es subir también nosotros al Cielo para
estar siempre con Él. Para subir allí, hemos de
morir con Cristo, como nos recuerda hoy san Pablo,
y esto significa morir también a nuestras codicias
y aspiraciones materiales y desearle a Él. Dios es
muchos más que el dinero, que las herencias y que
los cargos importantes, por ello hemos de darle el
valor a lo que tiene de verdad valor. Es cierto
que muchas veces en la Iglesia hemos estado, y
estamos, preocupados por estas cosas materiales.
Es bueno que hoy recordemos esta enseñanza de la
palabra de Dios: nuestra aspiración ha de ser al
Cielo, no a las cosas de aquí de la tierra. Cuanto
más carguemos nuestras maletas de cosas
materiales, más va a pesar, y por lo tanto más nos
va a costar llegar al Cielo.
En la Eucaristía de hoy vamos a redescubrir lo más valioso que
tenemos en la tierra: un poco de pan y un poco de
vino que se convierten en la misma carne y sangre
de Cristo. No encontraremos sobre la faz de la
tierra nada más valioso que esto. Por ello,
disfrutemos durante la Eucaristía de hoy de este
impresionante tesoro: Dios mismo que se entrega
por nosotros. Que esta sea nuestra única
aspiración: llegar a conocerle y a amarle. Para
ello, dejemos atrás todas aquellas cosas que nos
estorban en este camino de seguimiento del Señor.
Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es
DE TEJAS ABAJO TODO ES VACIEDAD
1.-
Esto es lo que dice el libro del Eclesiastés y
algo de esto, aunque en otro sentido, debió querer
decir el famoso poeta español Miguel Hernández
cuando escribió: “tanto penar para morirse uno”.
Cuando uno ve morir a una persona, y algunos hemos
visto ya morirse a muchas, comprendemos la verdad
de estas frases. Las mil pequeñas aventuras y
desventuras que tenemos que digerir cada día
pueden desorientarnos y hacernos perder el sentido
último de nuestra existencia. Todas las cosas de
nuestro diario vivir son relativamente
importantes, pero la única cosa realmente
importante es dar el sentido verdadero a nuestro
diario vivir. Nacemos y nos secamos como flor del
campo y por muy largo que sea nuestro camino,
siempre tiene un final. Hacer de lo pasajero una
cuestión de vida o muerte es equivocar la
perspectiva. Somos flechas disparadas cuando
nacemos y que sólo encontrarán la diana buscada
después de la muerte. Nuestro corazón va a
permanecer siempre inquieto hasta que descanse en
Dios. “Que este mundo es camino para el otro, que
es morada sin pesar. Y cumple tener buen tino para
andar este camino sin errar… Partimos cuando
nacemos, andamos mientras vivimos y llegamos al
tiempo que fenecemos. Así que cuando morimos,
descansamos”. Sí, de tejas abajo, en este mundo,
todo es vaciedad. Ya nos lo dijo bellamente
nuestro gran poeta Jorge Manrique.
2.-
Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la
tierra. También
San Pablo lo tenía muy claro: si nos preocupamos
demasiado de las cosas de aquí abajo y descuidamos
las cosas de arriba nos engañamos. Nuestro cuerpo
es mortal y terreno, quiere dirigirnos siempre
hacia los bienes de aquí abajo: pasión, codicia,
avaricia, impureza. Pero nuestra condición de
personas redimidas nos exige abandonar nuestra
vieja condición humana, para revestirnos de la
nueva condición, la condición de hijos de Dios.
Sin caer en ningún dualismo metafísico es justo
afirmar que para los cristianos la vida del alma,
la vida del espíritu debe ser siempre lo primero.
Somos cuerpo y necesitamos el cuerpo, pero el
cuerpo debe obedecer al espíritu. Son los frutos
del espíritu los que nos hacen personas humanas y
cristianas. Si nos dejamos dirigir por el
espíritu, por el espíritu de Cristo, seremos
personas libres y universales, entre nosotros no
habrá distinciones impuestas por el sexo, la raza,
la religión, o la condición social. Los bienes de
arriba, los bienes a los que aspira el espíritu,
son bienes que Dios regala a toda persona que se
ha revestido de la nueva condición, que se ha
renovado como imagen del Creador.
3.-
Guardaos de toda
clase de codicia.
Pues aunque ande sobrado, su vida no depende de
sus bienes. Es la misma idea que la de San Pablo y
la del Eclesiastés, ahora expresada por el mismo
Cristo: la vida del hombre no depende de sus
bienes. Se mueren los más ricos y se mueren los
más pobres. Al avaro de la parábola de este
domingo no le salvaron los muchos bienes que había
acumulado durante años. Ser esclavo de los bienes
de aquí abajo es una necedad y una vaciedad. Claro
que necesitamos los bienes para vivir y que
tenemos que usar y apreciar en su justa medida los
bienes de aquí abajo, pero manteniendo siempre la
libertad y el desprendimiento interior, sabiendo
que los únicos bienes que de verdad nos hacen
ricos ante Dios son los bienes de arriba. Cada
cristiano en particular y la comunidad cristiana
en general debemos usar los bienes de aquí abajo
con desprendimiento, generosidad y libertad
interior. Una iglesia cristiana que aparezca ante
el mundo demasiado preocupada por los bienes de
aquí abajo no es la Iglesia de Cristo, es un
antitestimonio.
Gabriel González del Estal
www.betania.es
LIBERADOS DE LAS RIQUEZAS QUE PASAN
1.-
La verdadera
sabiduría.
“Qohélet” es el nombre del autor del libro del
Eclesiastés. Designa al “Presidente de la
Asamblea”. Su pregunta fundamental es: “¿Qué
provecho saca el hombre de todos los afanes que
persigue bajo el sol?”. A partir de ahí va
trabando sus reflexiones sobre los diversos
valores y pretensiones del hombre, subrayando la
cara negativa y los límites de estas realidades
tradicionalmente valoradas como positivas. Su
diagnóstico sobre la realidad, en clara oposición
con la sabiduría tradicional, no puede ser más
desalentador: el hombre no logra ninguna felicidad
o provecho con los bienes de este mundo y sus
esfuerzos por conseguirlos, pues todo es vanidad,
absurdo y vacío. Para Qohélet, en efecto, el mundo
es “vanidad de vanidades”. No debemos centrar
nuestra vida en lo pasajero. Que todos nuestros
trabajos bajo el sol tengan sabor de eternidad.
Aprendamos a ser sabios; aprendamos a disfrutar
cada momento de nuestra vida; aprendamos a ser
felices en una relación fraterna y de amistad con
nuestros semejantes; aprendamos a llenar nuestras
manos de buenas obras; pasemos haciendo el bien a
todos. No vivamos de un modo egoísta y enfermizo
tras la avidez de lo pasajero. No dejemos que las
preocupaciones de la vida emboten nuestra mente y
nuestro corazón. La persona es tal en la medida en
que ha madurado interiormente y ha alcanzado la
capacidad de amar, de servir y de vivir la
auténtica solidaridad cristiana con los más
desprotegidos.
2.-
Una vida nueva.
La segunda lectura de la Carta a los Colosenses
nos ofrece una rica reflexión del misterio pascual
de Cristo realizado en el creyente. Desde el día
en que fuimos bautizados fuimos incorporados a
Cristo. Y, aun cuando caminamos en medio de
tribulaciones, sin embargo no podemos manifestar,
desde nuestra vida, comportamientos que se
conviertan en signos de pecado y de muerte.
Debemos amarnos los unos a los otros, pues no
podemos hacer distinciones a causa de las
condiciones sociales, o de raza o cultura, sino
que Cristo y su Iglesia han de ser todo en todos.
Aprendamos a morir al pecado. Así el Apóstol Pablo
de un modo especial nos llama a no dejarnos
dominar por nuestra concupiscencia. Pero al mismo
tiempo nos invita a no entregarle nuestro corazón
a las cosas pasajeras. Las “cosas de arriba”
indican los valores de la vida nueva en Cristo;
“las cosas de la tierra”, la existencia humana
cerrada al Reino de Dios y al Evangelio. El
sentido de la antítesis (cosas de arriba / cosas
de la tierra) no indica, por tanto, un desprecio
de las realidades terrestres creando una religión
alienante y de evasión. El hombre viejo es lo que
en otros textos Pablo llama “la carne” o “el
pecado”, realidades que el bautizado ha dejado
atrás y a las que continuamente debe renunciar, ya
que las ha sepultado en la fuente bautismal. Esta
vida nueva que irrumpe en nosotros es Cristo
mismo.
3.-
Los valores
verdaderos. El
Evangelio de hoy nos recuerda la relatividad del
presente y de las cosas, su finitud, su límite. El
evangelio de hoy está centrado en la parábola del
rico insensato que ha puesto toda su preocupación
y su confianza en las riquezas. Jesús la cuenta a
propósito de un pleito por cuestiones de herencias
entre dos hermanos, de los cuales uno de ellos se
acercó al Señor pidiéndole que interviniera
diciéndole: “Maestro, di a mi hermano que reparta
conmigo la herencia”. Jesús, sin embargo, evita a
toda costa de involucrarse en el litigio familiar
y plantea su discurso a un nivel diferente. No
quiere ser visto como un simple “juez” de
querellas jurídicas familiares, que da la razón a
uno de los contendientes y condena al otro. No se
pone de parte de ninguno, sino que contando la
parábola demuestra que tanto un hermano como el
otro estaban en un error, pues ambos estaban
cegados por la ambición material y el deseo de
“tener”, considerando los bienes de la herencia de
primera importancia por encima de la fraternidad y
la libertad del corazón. El mensaje de la parábola
es claro: el rico descrito es un insensato, un
necio, pues no ha descubierto lo relativo y
efímero de los bienes materiales y lo engañoso de
la ambición y del deseo de poseer, y ha olvidado
que la única realidad auténticamente consistente
es Dios. Acoger la palabra de Dios este domingo es
reconocer nuestro apego a los bienes materiales y
nuestra ansia de posesión y de “tener”. Lo que el
evangelio llama “hacerse ricos a los ojos de Dios”
es descubrir otro punto de vista para
relacionarnos y juzgar los bienes de este mundo.
Más importante que las riquezas son los valores
evangélicos.
4.-
Volvamos nuestros
ojos a los necesitados.
Amontonar tesoros en el cielo es descubrir el
valor de la fraternidad y la justicia, de la
solidaridad con los más pobres, es también abrir
los ojos ante la ambigüedad que se esconde en un
desarrollo económico mundial y en una técnica que
desconoce la dignidad del hombre y la miseria en
la que vive la gran mayoría de la humanidad. El
Señor nos invita a evitar toda clase de avaricia,
pues al ponerla en el centro de nuestro corazón
difícilmente Dios volvería a ocupar ese lugar en
nuestra vida; desplazado el Señor, fácilmente nos
iríamos tras las injusticias, tras los egoísmos
enfermizos y tras la falta de un sincero amor
fraterno. No seamos tan miopes que sólo nos veamos
a nosotros mismos; volvamos también la mirada
hacia nuestro prójimo. No podemos desligarnos de
la fidelidad en el compromiso que tenemos de
construir un mundo más justo, más humano, más
fraterno, más digno de todos. Desde nuestra fe
sabemos que nuestro paso por esta tierra debe ser
un comenzar a poner los pies en el camino del
Reino de Dios. La Iglesia, así, trabajará en el
mundo sin ser del mundo, se esforzará por dar una
solución adecuada a los problemas del hombre; pero
se inclinará hacia ellos con el mismo amor y
ternura como Dios lo ha hecho para con nosotros
por medio de su Hijo Jesús, y no conforme a los
criterios de este mundo.
José María Martín OSA
www.betania.es
¡DIOS! ¡TESORO A LA VISTA!
1.-
En cierta ocasión murió un hombre profundamente
creyente. Durante toda su existencia intentó
llevar una vida sencilla y sin estridencias. Cerró
los ojos al mundo con la misma serenidad con la
que los mantuvo abiertos ante los muchos
acontecimientos que se le presentaron en su
caminar. Desde siempre le preocupó querer y
disfrutar aquello que hacía. Y, por ello mismo,
antes de presentarse ante Dios les dijo a los
suyos: “temo que Dios pueda decirme que no estuve
suficientemente pendiente de Él”.
2.-
Cuando se presentó ante Dios, el hombre creyente,
dijo: “perdóname si mis fuerzas las dediqué más a
lo material que hacia lo espiritual”. Dios le
contestó: “¿Cómo puedes decir eso amigo mío?”.
“Cada mañana cuando despertabas me ofrecías tu
trabajo. Después de realizarlo me dabas las
gracias por la fuerza que yo te inspiraba. Cuando,
a final de mes, te correspondían con el sueldo,
supiste dejar una parte aunque fuera muy pequeña,
para las necesidades de los otros. En varias
ocasiones, y por tu posición en la empresa,
tuviste oportunidad de haberte convertido en un
pequeño ladronzuelo y, por si fuera poco, nunca
pudo contigo el afán de poseer o de aparentar lo
que no podías alcanzar. Entra amigo y disfruta de
este gran paraíso”.
3.-
Estamos metidos de lleno en este verano del 2016
y, cuando leo el evangelio de este último domingo
de julio, concluyo que la vida entera es un
prolongado tiempo estival (en unos, dura más, que
en otros) donde tenemos dos opciones:
a)
O dedicarnos a un simple y caduco bronceado del
cuerpo (el sol achicharrante del materialismo puro
y duro)
b)
O procurar un bronceado más profundo que afecte
también al alma que llevamos dentro (la brisa que
de diversas maneras Dios nos sopla)
¿Cómo se broncea el cuerpo?
-Con el gel de “la codicia”
nos creemos administradores y dueños de todo.
Luego, cuando discurre el tiempo, vemos que con el
dinero no puede añadir ni un día más a nuestra
vida o a la salud del cuerpo.
-Con el bronceador de “la ambición”
olvidamos que somos caducos y hasta nos puede
producir ceguera para lo espiritual. Pasan los
años y nos damos cuenta que no llena de felicidad
el mundo de las cosas sino el mundo de Dios
-Con la loción del “trabajo como ganancia”
tendremos más pero, tal vez, perderemos muchas
sensaciones necesarias para ser de verdad felices.
-Con la crema de “la riqueza”
conseguiremos prestigio y relevancia social pero,
cuando nos visite la ruina, ¿nos acompañarán los
que nos aplaudieron siendo ricos?
¿Cómo se broncea el alma?
-Con el gel de “la conformidad”.
Amando y disfrutando de los bienes materiales que
uno tiene y, siendo consciente, que el origen de
todo está en una fuerza superior: DIOS
-Con el bronceador de “la libertad”
nos protegeremos del virus de la ambición de ser
dioses y de sentirnos prepotentes frente a los
demás. Nos daremos cuenta que uno anda mejor por
la vida cuando sabe valorar sus propias
limitaciones
-Con la loción del “trabajo como perfección”
sabremos que nunca podrá más la ocupación que el
cultivo de la amistad, la oración, la fe, la
espiritualidad personal, etc.
-Con la crema de “la sobriedad”
no estaremos expuestos al sol del egoísmo o de la
insolidaridad. Siendo sobrios es como se consigue
un camino para dar con la auténtica riqueza de los
hijos de Dios.
Todos, desde el momento en que nacemos, tenemos
abierta una cuenta corriente en la gran caja de
ahorros que existe en el cielo. Una cuenta donde
los ángeles administrativos van apuntando los
esfuerzos y los intentos que los creyentes vamos
haciendo en la tierra para darle brillo y
bronceado celestial a nuestra vida cristiana.
Y también todos, desde el instante en que fuimos
bautizados, vamos restando a esa cuenta con la
ambición y el afán de poseer, el aparentar, el
acaparar o el olvido de Dios por dejarnos
arrastrar por la seducción de la riqueza.
Qué ilustradora es aquella sentencia: “no es rico
quien más tiene sino quien menos necesita”. O
también aquella otra: “La avaricia es un constante
vivir pobremente por miedo a la pobreza” (San
Bernardo de Clairvaux)
Javier Leoz
www.betania.es
|