¡Alégrate,
el Señor está contigo!
EVANGELIO DEL DÍA
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Jn 6, 68
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Domingo, 29
de mayo de 2022
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Hechos 1, 1-11/ Efesios 1, 17-23
/
Lucas
24,
46-53
Salmo Responsorial, Sal 46, 2-3. 6-9
R/. "El Señor asciende entre aclamaciones"
Santoral:
San Pablo IV, Santos Sisinio, Martorio
y Alejandro,
Beato Ricardo Thirkeld,
Beata Úrsula
Ledochowska
LECTURAS DEL DOMINGO
29
DE
MAYO DE 2022
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Lo vieron elevarse
Lectura de los Hechos de los Apóstoles
1, 1-11
En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a
todo lo que hizo y enseño Jesús, desde el
comienzo, hasta el día en que subió al cielo,
después de haber dado, por medio del Espíritu
Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles
que había elegido.
Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos
dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante
cuarenta días se les apareció y les habló del
Reino de Dios.
En una ocasión, mientras estaba comiendo con
ellos, les recomendó que no se alejaran de
Jerusalén y esperaran la promesa del Padre:
«La
promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque
Juan bautizó con agua, pero ustedes serán
bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos
días».
Los que estaban reunidos le preguntaron:
«Señor,
¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de
Israel?
»
Él les respondió:
«No
les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el
momento que el Padre ha establecido con su propia
autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu
Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y
hasta los confines de la tierra».
Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y
una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como
permanecían con la mirada puesta en el cielo
mientras Jesús subía, se les aparecieron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Hombres
de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este
Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al
cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto
partir».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
46,
2-3. 6-9
R.
El
Señor asciende entre aclamaciones.
Aplaudan, todos los pueblos,
aclamen al Señor con gritos de alegría;
porque el Señor, el Altísimo, es temible,
es el soberano de toda la tierra.
R.
El Señor asciende entre aclamaciones,
asciende al sonido de trompetas.
Canten, canten a nuestro Dios,
canten, canten a nuestro Rey.
R.
El Señor es el Rey de toda la tierra,
cántenle un hermoso himno.
El Señor reina sobre las naciones
el Señor se sienta en su trono sagrado.
R.
Lo hizo sentar a su derecha en el cielo
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Éfeso
1, 17-23
Hermanos:
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre
de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría
y de revelación que les permita conocerlo
verdaderamente. Que Él ilumine sus corazones, para
que ustedes puedan valorar la esperanza a la que
han sido llamados, los tesoros de gloria que
encierra su herencia entre los santos, y la
extraordinaria grandeza del poder con que Él obra
en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su
fuerza.
Este es el mismo poder que Dios manifestó en
Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y
lo hizo sentar a su derecha en el cielo,
elevándolo por encima de todo Principado,
Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra
dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo
como en el futuro.
Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo
constituyó, por encima de todo, Cabeza de la
Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de Aquél
que llena completamente todas las cosas.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Mientras los bendecía, fue llevado al cielo
X
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
24, 46-53
Jesús dijo a sus discípulos:
«Así está escrito: el Mesías debía sufrir y
resucitar de entre los muertos al tercer día, y
comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía
predicarse a todas las naciones la conversión para
el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de
todo esto. Y Yo les enviaré lo que mi Padre les ha
prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que
sean revestidos con la fuerza que viene de lo
alto».
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de
Betania y, elevando sus manos, los bendijo.
Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue
llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de
Él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y
permanecían continuamente en el Templo alabando a
Dios.
Palabra del Señor.
Reflexión
EN ESPERA DEL ENVÍO DEL ESPÍRITU SANTO
Después de la Resurrección, Jesús estuvo
apareciéndose a sus discípulos durante cuarenta
días, dándoles muestras de que estaba resucitado y
hablándoles del Reino. A los cuarenta días, Jesús
subió a los cielos a la vista de sus discípulos.
Llega así a su culmen el ministerio terreno de
Jesús, en espera del envio del Espítu Santo. Se
consuma de este modo el misterio de la Encarnación
del Verbo, que ha glorificado en sí la naturaleza
humana que había asumido para redimirla. Ésta es
la solemnidad que celebramos hoy. Aunque en verdad
correspondería al jueves pasado, cuando se cumplen
los cuarenta días después de la Resurrección, sin
embargo, la Iglesia ha trasladado esta solemnidad
a hoy, el séptimo domingo de Pascua.
1.
Cristo resucitado
sube al Cielo.
Después de resucitar y de aparecerse durante
cuarenta días a sus discípulos, Cristo resucitado
asciende al Cielo. El Verbo de Dios hecho hombre
vuelve ahora al lugar del que vino: junto a Dios
Padre. Si el ministerio de Cristo en la tierra
comenzaba con su Encarnación, pues el Verbo se
hizo carne, Dios asumió nuestra naturaleza humana,
ahora concluye con la Ascensión, cuando el Dios
hecho hombre sube al Cielo. De este modo, Cristo
entra de nuevo en la Gloria del Padre. Según
recitamos en el Credo, Cristo está ahora sentado a
la derecha del Padre. Toma así posesión del lugar
que le corresponde. Este hecho provoca la alegría
inmensa de sus discípulos, que no sólo comprenden
que es cierta la Resurrección del Señor, sino que
además entienden que Cristo ha vencido realmente a
la muerte, pues ahora reina para siempre en el
Cielo. En la primera lectura, del principio del
libro de los Hechos de los Apóstoles, escuchamos
que los discípulos se quedaron mirando al Cielo,
atónitos. Dos hombres vestidos de blanco, que nos
recuerdan a la aparición que vieron las mujeres en
el sepulcro aquella bendita mañana de la
Resurrección, los animan: no os quedéis mirando al
Cielo, pues Cristo ya se ha marchado, ha vuelto a
la Gloria, pero volverá de nuevo. Por esto decimos
en el Credo que desde el Cielo ha de volver, en el
día final. Es de destacar la alegría con la que
los discípulos volvieron de nuevo a Jerusalén. La
alegría de la Resurrección llega a su plenitud con
la Ascensión de Cristo resucitado a los cielos.
2.
Nosotros hemos
subido con Cristo al Cielo.
Pero la Ascensión del Señor tiene un significado
todavía más importante. No sólo es que Cristo ha
subido a los Cielos, sino que además también
nosotros subimos con Él. Cada uno de nosotros en
concreto todavía no, pues aún estamos aquí en la
tierra. Pero sí nuestra naturaleza humana ha sido
elevada al Cielo. El ser humano, que por su pecado
fue expulsado del Paraíso, ahora tiene abiertas de
par en par las puertas de la Gloria, en esto
consiste la salvación. Pues Dios, que se ha hecho
hombre de verdad para salvarnos, Cristo que es
verdadero Dios y verdadero hombre, ha entrado en
la Gloria. Con Cristo, no sólo la divinidad está
en el Cielo, sino que también nuestra naturaleza
humana ha entrado en la Gloria del Reino. Esto es
algo sorprendente, algo que nunca nadie había sido
capaz de imaginar anteriormente, algo que supera
infinitamente cualquier deseo del hombre, pues el
hombre ahora ha entrado en el lugar de Dios. De
este modo, las puertas del Cielo han quedado
abiertas para que cada uno de nosotros, cuando nos
toque, podamos también entrar en él. Por medio de
Cristo, nuestra naturaleza está ya en el Cielo, y
un día, también nosotros estaremos allí. Esta es
nuestra esperanza cristiana, y este es el motivo
del gozo inmenso de los discípulos que fueron
testigos de la Ascensión del Señor y también de
nuestra alegría. Si Cristo, el Hijo de Dios, que
es también verdadero hombre, ha subido al Cielo y
está junto al Padre, también nosotros, si
permanecemos unidos a Cristo, podremos un día
llegar al Cielo con Él.
3.
Nosotros somos
testigos de esto.
Y ahora viene nuestra tarea. En el Evangelio hemos
escuchado cómo Jesús, antes de subir al Cielo, les
recuerda a sus discípulos que ésta era su misión:
morir en la cruz, resucitar al tercer día y
anunciar en su nombre la conversión de los pecados
a todos los pueblos. Y Jesús mismo les manda a sus
discípulos: “Vosotros sois testigos de esto”. La
misión que Jesús nos encomienda es clara: aquello
que hemos visto, que hemos experimentado en
nuestra propia vida cristiana y que celebramos
cada domingo en la Eucaristía, no podemos
quedárnoslo para nosotros mismos. Es necesario que
contemos a los demás lo que hemos visto y oído.
Somos testigos del Señor. Ésta es la misión de la
Iglesia y también de cada uno de nosotros: dar
testimonio de la Resurrección de Cristo. Allá
donde vayamos, con nuestro ejemplo de vida, con
nuestra alegría, con nuestras palabras también si
es necesario, demos testimonio del Señor, de
nuestra fe, de la alegría de la salvación que
Cristo nos ha conseguido con su muerte y
Resurrección y de que tenemos las puertas del
Cielo abiertas por medio de la Ascensión del Señor
que hoy celebramos.
Antes de subir al Cielo, Jesús prometió de nuevo el envío del
Espíritu Santo, que será la fuerza que nos
impulsará a salir y a dar testimonio del Señor a
todos los hombres. Esto lo celebraremos el próximo
domingo en la solemnidad de Pentecostés.
Preparémonos para recibir este gran don que nos
dará Dios Padre por medio de Cristo resucitado,
que hoy sube al Cielo.
Francisco Javier Colomina Campos
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SE NOS ENCOMIENDA UNA MISIÓN
1.-
Ahora nos toca a
nosotros. Entre
el Señor que marcha y el que ha de venir se halla
el tiempo del testimonio de la iglesia. Aquí queda
fundada la espera (esperanza) de los cristianos,
que en el tiempo de los apóstoles estuvo
impregnada de una fuerte convicción de la
inmediata llegada de la parusía. Ha terminado la
obra de Jesús y debe comenzar ahora la misión en
el mundo de la comunidad de Jesús. Se abre un
paréntesis para la responsabilidad de los
creyentes. Entre la primera y la segunda venida
del Señor, se extiende la misión de la iglesia. No
podemos quedarnos con la boca abierta viendo
visiones. El Reino tenemos que construirlo
nosotros mismos, si bien Dios con su providencia
amorosa velará por ayudarnos. Ahora nos toca a
cada uno de nosotros asumir la misión que Dios nos
encomienda.
2-
La hora de servir.
La gran tentación que tenemos es quedarnos parados
mirando al cielo: "¿qué hacéis ahí plantados?".
Hoy día también somos tentados si vivimos una fe
desencarnada de la vida. La Iglesia somos todos
los cristianos, luego todos tenemos que
implicarnos más en la defensa de la dignidad del
ser humano, de la vida, de la paz, de la justicia.
¿Cómo vivo yo el encargo que Jesús me hace de
anunciar su Evangelio?, ¿qué estoy haciendo para
que mi fe me lleve a la transformación de este
mundo?, ¿cómo asumo el compromiso de la
Eucaristía, la misión que cada domingo se me
encomienda en la mesa del compartir? La Eucaristía
es el sacramento del servicio…a Dios y al hermano.
Para poder ascender hay que descender primero.
Para llegar a Dios hay que acoger al hermano.
3.-
El camino del cristiano tiene que ser igual que el
suyo. Primero
estar al lado de hermano que sufre, del hermano
que pasa dificultades, del hermano solo y
abandonado. Sólo así podrá ascender. Mira a la
cruz: ves en ella un brazo vertical que se eleva
hacia el cielo, pero también tiene un brazo
horizontal que mira a la tierra. Si quieres seguir
el ejemplo de Jesús asume la cruz, pero con los
dos brazos, mirando al hermano y acogiéndote a la
gracia y al amor que Dios te brinda. Él no vino a
servirse de los hombres, sino a servir y dar su
vida. La Ascensión es la culminación de su vida.
La ascensión de Cristo, más que una "subida" es un
paso, pero del tiempo a la eternidad, de lo
visible o lo invisible, de la inmanencia a la
trascendencia, de la oscuridad del mundo a la luz
divina, de los hombres a Dios. Es un anticipo de
lo que nos pasará a nosotros. Así lo expresa San
Agustín:
De una manera participamos ahora y de otra
participaremos entonces. Ahora tiene lugar por la
fe y la esperanza en el mismo Espíritu; entonces,
en cambio, tendrá lugar la realidad, la especie:
el mismo Espíritu, el mismo Dios, la misma
plenitud. Quien llama a los que aún están
ausentes, se les mostrará cuando ya estén
presentes; quien llama a los peregrinos, los
nutrirá y alimentará en la patria.
(San Agustín
Sermón 170)
José María Martín OSA
www.betania.es
ASCENDER A DIOS, BENDICIENDO A LOS HOMBRES
1.-
Mientras les
bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el
cielo. Me gusta
imaginarme así a Jesús, en el momento de su
Ascensión hacia el cielo: bendiciendo a sus
discípulos. Bendecía a unos discípulos que siempre
le habían querido y admirado, pero que le habían
fallado en el momento más decisivo, en el momento
último, cuando las autoridades religiosas del
pueblo judío le prendieron y le llevaron a las
autoridades romanas, para que estas le ejecutaran
como a un vil malhechor. Jesús había dicho a sus
discípulos más de una vez que él los amaba a ellos
como el Padre le amaba a él, y sus discípulos
sabían que el Padre amaba siempre acogiendo y
perdonando, como el padre de la parábola del hijo
pródigo. Por eso, sabían que Jesús se despedía
ahora de ellos bendiciéndoles y perdonándoles.
Seguro que el corazón de los discípulos se llenó
de amor divino y, mirándolo, se postraron ante él
y se volvieron a Jerusalén con gran alegría.
Realmente, la fiesta de la Ascensión ha sido
siempre en el mundo cristiano una fiesta alegre,
porque imaginamos al Señor subiendo al cielo y
bendiciéndonos a los que quedamos en la tierra.
Nosotros, en las pequeñas ascensiones nuestras de
cada día, mientras tratamos de ascender
progresivamente hacia Dios, debemos bendecir a
todos nuestros hermanos, aunque algunos de ellos
nos hayan fallado en más de un momento. La
bendición cristiana es expresión del amor
cristiano, de un amor que siempre está dispuesto a
perdonar. Pidamos ahora a Jesús que, en esta
fiesta de la Ascensión, nos bendiga también hoy a
nosotros desde el cielo, regalándonos su amor y su
perdón.
2.-
Galileos, ¿qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo?
No somos árboles plantados donde nacemos, que nos
pasamos la vida mirando al cielo. Dios nos ha
plantado en este mundo con un motor dentro del
cuerpo, lo que nos obliga a vivir en continuo
movimiento, hasta que morimos. Somos los suplentes
de Jesús, que tenemos la obligación de seguir
jugando en esta tierra el partido del Reino de
Dios, una vez que nuestro Maestro, nuestro
titular, se ha ido al cielo. Debemos seguir
jugando el partido del Reino de Dios movidos por
el Espíritu de Jesús, por el Espíritu de nuestro
capitán y maestro. Los discípulos de Jesús debemos
ser personas activas, misioneras, evangelizadoras.
El tiempo del Jesús físico y terrenal terminó el
día de su ascensión al cielo; ahora nos toca a
nosotros, sus discípulos, continuar su obra
movidos por su espíritu. Ahora es el Espíritu de
Jesús, no su presencia física, el que nos debe
guiar, dirigiendo nuestro actuar y nuestro
caminar. La fiesta de la Ascensión del Señor debe
ser para nosotros una llamada y una invitación a
asumir nuestra responsabilidad, a ser ahora
nosotros los que prediquemos y evangelicemos,
haciéndolo, eso sí, dirigidos siempre por el
Espíritu de Jesús. Terminó el tiempo del Jesús
físico sobre la tierra; ahora es nuestro tiempo.
3.-
Mantengámonos
firmes en la esperanza que profesamos, porque es
fiel quien hizo la promesa.
Ya las primeras comunidades cristianas tuvieron
muchas dificultades para seguir siendo fieles al
mandato que el Maestro les había hecho antes de
despedirse, el mandato de seguir predicando el
evangelio del Reino. Ante tantas dificultades,
algunas comunidades estaban perdiendo su prístino
fervor y entusiasmo. El autor de esta carta a los
Hebreos les anima a no desanimarse, a no perder
nunca la esperanza, porque Dios va a seguir siendo
fiel a su promesa. No debían olvidar que también
el Maestro, el sumo sacerdote de la Nueva Alianza,
había tenido que sufrir mucho para ser fiel al
mandato de su Padre. El Maestro, antes de
despedirse, les había prometido su intercesión
ante el Padre, desde el mismo cielo. Nosotros
ahora, en este siglo XXI en el que nos toca vivir,
también tenemos problemas y dificultades para
predicar el evangelio de Jesús; no nos
desanimemos, no perdamos la esperanza, porque
Jesús sigue intercediendo por nosotros ante el
Padre, y nuestro Dios es un Dios fiel a sus
promesas.
Gabriel González del Estal
www.betania.es
¡VAMOS HACIA ÉL!
Cuánto impresiona, especialmente cuando éramos
niños, ver cómo una locomotora entra en una
estación de término arrastrando detrás de sí a un
buen número de vagones llenos de personas,
historias, penas, alegrías, sueños, ilusiones o
proyectos.
1.- Al celebrar la Solemnidad de la Ascensión
vemos a un Jesús que, después de cumplir su misión
por este mundo, nos deja claras huellas de cómo
alcanzar el cielo: siendo como Él, amando como Él
y estando unidos al Padre como Él. Lo contrario
(no ser como Él, no amar como Él y no estar unidos
al Padre como Él) nos lleva a un descarrilamiento
en vida de nuestro ser cristiano. ¿Para qué la fe
y la esperanza –vías de nuestra vida cristiana– si
no hay consecuencias prácticas que denoten nuestro
apego al Evangelio?
Jesús es esa cabeza de “tren eclesial” que rompe
el techo del mismo cielo para que, luego nosotros,
corramos la misma suerte, su misma suerte. No
podemos conformarnos con encaramarnos a unos
conceptos más o menos éticos (el ser buenos) y
mucho menos a confiar excesivamente en la
misericordia de Dios (que no es misericordina
ñoña). El cielo nos aguarda y, porque nos aguarda,
creemos que merece la pena apostar por Jesús,
entregarnos en nuestro entorno como Él lo hizo y
saber que este mundo nuestro tiene un principio y
un fin: DIOS. ¿Es él el cielo el horizonte de
nuestro esfuerzo, trabajo, pensamiento?
2.- No hace muchos días una estadística de las
iglesias en Alemania (Luterana, Católica y
protestante) daban como porcentaje de los que
creían y esperaban en una vida eterna un 27% de
los luteranos y un 37% de los católicos. La mayor
traición que podemos hacer a Jesucristo es
quedarnos en Él como una fuente de valores
(justicia, paz, hermandad y mil cosas más) y dejar
de lado el motor y la raíz de su misión: Hijo de
Dios que vino a salvarnos y a enseñarnos el
sendero que nos conduce al cielo. Grave la tibieza
de muchos cristianos (que se han quedado con el
nombre pero sin sustancia) y pecado mayor el
pensar que, Jesús, es tan de la tierra que no nos
puede ofrecer otra realidad eterna y definitiva.
¡Pena y desgracia la de muchos cristianos que
miran a la cruz y ya no saben ni lo que hay
detrás!
3.- El Señor, una vez más, nos da testimonio de lo
que es: Hijo de Dios. Como tal, para que no lo
olvidemos, se pone en cabeza. Que no perdamos de
la órbita de nuestras aspiraciones el contemplar
cara a cara al mismo Dios. Como cristianos, en
esta fiesta de la Ascensión del Señor, nos hemos
de comprometer más activamente en y con la misión
de Jesús. No podemos quedarnos mirando al cielo
(con la vista perdida) pero tampoco clavados en lo
pasajero o incluso creyendo que, la Iglesia, es
una especie de ONG (como muy bien alertaba el Papa
Francisco en el inicio de su pontificado.
Vayamos, con Él y por Él hacia el cielo. ¿Somos
hombres y mujeres con ganas de cielo o sólo con
ojos en la tierra?
Javier Leoz
www.betania.es
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