¡Alégrate, el Señor está contigo!

 

EVANGELIO DEL DÍA

Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Jn 6, 68

 

     

Domingo, 26 de noviembre de 2023

SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Solemnidad - Blanco

Ezequiel 34, 11-12. 15-17 /

1 Corintios 15, 20-26. 28 / Mateo 25, 31-46

Salmo responsorial  Sal 22, 1-3. 5-6

R/. “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar"

 

Santoral:

San Leonardo de Puerto Mauricio,

Beata Delfina, San Eleázaro

de Sabrán, San Conrado

 

 

                         

LECTURAS DEL DOMINGO 26 DE NOVIEMBRE DE 2023

 

SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

REY DEL UNIVERSO

(DOMINGO 3)

 

 

 

Yo juzgaré entre oveja y oveja

 

Lectura de la profecía de Ezequiel

34, 11-12. 15-17

 

    Así habla el Señor:

¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de Él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas.

Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar –oráculo del Señor–. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y sanaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia.

En cuanto a ustedes, ovejas de mi rebaño, así habla el Señor: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y chivos »

 

Palabra de Dios.

                            

 

SALMO RESPONSORIAL                                                    22, 1-3. 5-6

 

R.    El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.

 

El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.

Él me hace descansar en verdes praderas,

me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas;

me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre.  R.

Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal,

 

Tú preparas ante mí una mesa,

frente a mis enemigos;

unges con óleo mi cabeza

y mi copa rebosa.  R.

 

Tu bondad y tu gracia me acompañan

a lo largo de mi vida;

y habitaré en la Casa del Señor,

por muy largo tiempo.  R

 

 

Entregará el Reino a Dios, el Padre,

a fin de que Dios sea todo en todos

 

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Corinto

15, 20-26. 28

 

Hermanos:

Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección.

En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos; luego aquellos que estén unidos a Él en el momento de su Venida.

En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será vencido es la muerte.

Y cuando el universo entero lo sea sometido, el mismo Hijo se someterá también a Aquél que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos.

 

Palabra de Dios.

 

 

 

EVANGELIO

 

Se sentará en su trono glorioso y separará a unos de otros

 

X   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

25, 31-46

 

Jesús dijo a sus discípulos:

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquéllas a su derecha y a éstos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me alojaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver».

Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te alojamos: desnudo, y te vestimos? ¿Cuando te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?»

Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmIgo».

Luego dirá a los de su izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; era forastero, y no me alojaron; estaba desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron».

Éstos, a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?»

Y Él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmIgo».

Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión

 

CRISTO Y SEÑOR DE TODO EL MUNDO

Llegados al último domingo del tiempo ordinario, como culmen del año litúrgico, celebramos hoy la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Con esta celebración la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada en Cristo, Él es el principio y el fin de la historia, el alfa y la omega. Y al concluir un año litúrgico más, contemplamos a Cristo como Rey y Señor de todo el mundo.

1. Jesucristo es el único rey. En el Antiguo Testamento había tres estamentos considerados como los pastores de Israel: los sacerdotes, los profetas y los reyes. En un principio, Israel no tenía rey. A la llegada a la Tierra Prometida, tras la salida de la esclavitud de Egipto, los israelitas eran gobernados por los jueces, hombres que Dios elegía cuando surgía algún problema en el pueblo. Dios era considerado el rey de Israel. Así, a lo largo del Antiguo Testamento, podemos encontrar numerosos textos en los que se proclama la realeza y la majestad de Dios, especialmente en los salmos. Pero fue en tiempos del profeta Elías cuando los israelitas, porque querían ser como los demás pueblos vecinos, pidieron a Dios que les diera un rey. A pesar de que el pueblo rechazaba por este motivo la realeza de Dios, Dios ungió un rey para Israel: el rey Saúl. Después vendrán David y Salomón, y tras la división del Pueblo de Dios, aparecerán los distintos reyes de Israel y de Judá. El Mesías prometido, además de ser sacerdote y profeta, tenía que ser también rey. Por eso estaba anunciado que el Mesías sería descendiente del rey David. Jesús es el Mesías prometido, por eso decimos que Cristo es sacerdote, profeta y rey. De hecho, Jesús es condenado a muerte precisamente por autoproclamarse rey de los judíos. En el Evangelio de hoy escuchamos el momento en el que Jesús está siendo interrogado por Pilato. “¿Tú eres rey?”, le pregunta Pilato, a lo que Jesús responde: “tú lo dices, soy rey”. De hecho, en el letrero que mandó poner Pilato en la cruz de Jesús con el motivo de su condena, estaba escrito: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Jesús es por tanto el único rey, no con tronos de gloria y con coronas de oro, sino colgado en el madero de la cruz y con una corona de espinas. Un rey que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida. Así es como el Mesías, el Rey de todo el mundo, ejerce su poder: desde el servicio y la entrega por amor a todos.

2. “Mi reino de es de este mundo”. Al contemplar a Cristo Rey en su trono que es la cruz y coronado de espinas, entendemos lo que Jesús mismo dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”. Cuando miramos a los poderosos de este mundo, a los que tiene autoridad y gobierno, vemos en la mayoría de ellos un afán por mandar, poniéndose por encima de los demás. Vemos incluso que hoy, como entonces, es verdad lo que dijo Jesús en una ocasión y que escuchábamos hace algunos domingos: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen”. Así son los reinos de este mundo. Pero el Reino de Cristo no es de este mundo, no sigue los criterios y los principios que rigen en este mundo. Pues mientras que los reyes y los señores de este mundo buscan ser servidos, Cristo se convierte Él en el servidor de todos; mientras que los reinos de este mundo buscan en las guerras y en los conflictos la satisfacción de sus ansias de poder y de riquezas, Cristo es un rey que trae la paz y la unidad de todos; mientras que los señores de este mundo viven en la mentira, en el rencor y en la avaricia, Cristo es un rey testigo de la verdad, que trae la concordia y el perdón, y que nos enseña a vivir desde la sencillez y la humildad. Un rey, en definitiva, que se hace esclavo y que da la vida por todos, hasta el punto de subirse al madero de la cruz. Éste es nuestro rey, a Él queremos seguir los cristianos, Él es quien guía nuestros pasos. Un rey incomprendido por este mundo, considerado como un absurdo por los que tienen poder y autoridad en la tierra, pero que precisamente por esto es el Rey del universo.

3. “Venga a nosotros tu reino”. Cada vez que rezamos el Padre nuestro, la oración que el mismo Jesús nos enseñó, le pedimos a Dios que venga a nosotros su reino. Con ello, le pedimos a Dios que venga Cristo, el Rey del universo. Él nos trae “el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”, como reza el prefacio de la fiesta de hoy. Este es nuestro deseo: que entre nosotros vaya creciendo día a día el reino de Dios, un reino que no tendrá fin, y que el mundo entero se vaya transformando en este reino que deseamos. Pero para ello no basta sólo con pedirlo en la oración. Es necesario que también nosotros trabajemos por este reino. Cada uno de nosotros, desde nuestro lugar, hemos de trabajar por el reino de Dios. Nosotros somos ese pueblo de reyes, un reino consagrado a Dios.

En este último domingo del año litúrgico, antes de comenzar el adviento, éste es nuestro deseo: que Cristo sea nuestro rey, el Rey del universo, que venga a nosotros su Reino, un reino de paz, de amor, de servicio, como Él mismo nos enseñó desde la cruz. No tenemos más rey que a Cristo crucificado.

 

Francisco Javier Colomina Campos

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SÓLO LA COMPASIÓN ABRE LAS PUERTAS DEL REINO

1.- Heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Este pasaje del evangelio de Mateo es sorprendente y hasta un poco escandaloso. ¿Cuál es la única razón por la que el Hijo del Hombre abre las puertas de su reino a los que ha puesto a su derecha? Que tuvieron amor al prójimo. ¿Nada más? Pues la verdad es que aquí no se habla de ninguna otra razón. Es seguro que entre los que estaban a su izquierda había muchos fariseos y maestros de la Ley, muchos que habían cumplido la Ley escrupulosamente, muchos que habían ayunado mucho, que habían rezado mucho, que se habían esforzado muchísimo para ser los primeros en las sinagogas y para tener los primeros puestos en la sociedad. Y entre los que estaban a su derecha, los que heredaron el reino, habría muchos torpes, débiles e ignorantes, personas de poco peso social y religioso. ¿Por qué abrió el Hijo del Hombre a estos y no a los otros las puertas del Reino? Porque estos habían practicado la misericordia, el amor fraterno, la compasión hacia los pobres, los enfermos, los desheredados, los marginados de la sociedad. San Agustín decía que cada vez que leía este evangelio se quedaba asombrado y un tanto sorprendido. ¿Es que lo único que nos salva ante Dios es el amor fraterno? ¿Será verdad, pienso yo ahora, que San Juan de la Cruz tenía razón cuando decía que al atardecer de la vida nos examinarán de amor?

2.- Serán reunidas ante él todas las naciones. Seguimos con la sorpresa. En la mentalidad del pueblo judío, en tiempos de Jesús, se pensaba que el Hijo del Hombre vendría a juzgar a los de su pueblo, a los judíos. En la mentalidad de un judío contemporáneo de Jesús, los paganos, los no judíos, no tenían parte en el acontecimiento final de la historia. Pero aquí, en este texto evangélico, se nos dice que el Hijo del Hombre reunirá ante él a todas las naciones. Será, pues, un juicio universal. La pregunta es: los paganos que no habían conocido a Jesús y que no adoraban al Dios Yahveh ¿también se salvarían si practicaban la misericordia con el prójimo necesitado? Pues sí, claro, eso dice el texto. Es decir, que tampoco la religión es lo determinante en la salvación de una persona. Las personas que practiquen el amor fraterno se salvan; las demás no. Fuera de la Iglesia sí hay salvación; fuera de la práctica del amor fraterno no hay salvación. En fin, que aunque no es bueno sintetizar en una sola frase toda la teología de la salvación, sí es bueno que pensemos y meditemos en la importancia de este elogio del amor fraterno que nos ofrece hoy este texto del evangelio de San Mateo.

3.- Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro… Buscaré las ovejas perdidas… El profeta Ezequiel, desde el destierro, escribe las palabras que le dicta un Dios pastor y bondadoso que cuida y atiende directamente a cada una de sus ovejas. No se trata de un Dios justiciero y castigador, sino de un Dios padre y médico de cada uno de sus hijos. Es fácil para nosotros, los cristianos, equiparar a este Dios del que nos habla el profeta Ezequiel con el Dios Padre de Jesús de Nazaret. El mismo Jesús quiere que le veamos a él como a un buen pastor que “busca a las ovejas perdidas, hace volver a las descarriadas, venda a las heridas y cura a las enfermas”. Nuestro Rey, el Cristo, no es rey al estilo de los reyes de la tierra. No quiere súbditos que le defiendan con armas y ejércitos; quiere a hijos que proclamen y defiendan su Reino con la única arma del amor. Amar a Dios y demostrar ese amor en el amor al prójimo. Ese es el único mandamiento, el mandamiento nuevo, que nos dejó nuestro rey, Jesús de Nazaret.

 

Gabriel González del Estal

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“TENÉIS A CRISTO SENTADO EN EL CIELO Y MENDIGO EN LA TIERRA” (SAN AGUSTIN)

1.- El Buen Pastor que cuida de sus ovejas. La imagen del pastor y su rebaño aparece a menudo en la Biblia para explicar las relaciones entre los dirigentes y el pueblo. Sirviéndose de esta metáfora, el profeta Ezequiel denuncia vigorosamente los abusos de los "pastores" de Israel y anuncia después que el mismo Dios se hará cargo del rebaño. El texto encuentra su situación histórica en la diáspora y en el exilio de Israel en Babilonia. El mismo será pastor y saldrá en busca de las ovejas descarriadas y dispersas por todas las naciones, y las reunirá, y las devolverá a la tierra de donde fueron alejadas. El Pastor juzgará entre oveja y oveja. El pueblo se dividirá claramente en dos clases: los explotados y los explotadores. Por eso habrá un juicio de Dios en favor de los que practican la misericordia. De este juicio nos habla el evangelio de hoy. Dios también es el gran protagonista del salmo 22. Se nos describe su bondad, providencia, ayuda, generosidad, esplendidez…. Dios no deja nada de lo que pueda contribuir al bien, a la alegría, a la paz de sus fieles. Por esto el salmista confiesa, agradecido, que la bondad y la misericordia del Señor le acompañan siempre, todos los días de su vida.

2.- Optar por la vida. La Carta a los Corintios nos hace ver que la vida eterna es el último fruto de toda la historia de salvación. En Cristo resucitado tenemos ya las primicias de la gran cosecha que esperamos; en él comienza la resurrección de los muertos y la vida eterna. Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos Si el primer hombre, Adán, fue el comienzo de una historia abocada a la muerte, el segundo Adán, Jesucristo, es el principio de la nueva vida y de otra historia en la que será vencido el último enemigo, que es la muerte. Pero, si la historia del pueblo de Dios, a partir de Jesucristo, está ya decidida en favor de la vida, y la historia de perdición y de muerte ha sido liquidada, cada uno de nosotros puede todavía optar por la vida o por la muerte.

3.- El juicio del que se habla en el evangelio es universal. A él acuden las buenas y las malas ovejas. La imagen del pastor que separa las ovejas de las cabras está tomada del texto de Ezequiel (primera lectura). El juicio será según las obras, no según lo que decimos creer y confesar. Así que son las obras las que distinguen y juzgan a los hombres al fin y al cabo, no las palabras ni los rezos. Cualquier otra discriminación o distinción no vale nada y no permanecerá: ni la raza, ni el dinero, ni la cultura, ni los honores..., colocan en verdad a los hombres a la izquierda o a la derecha del Señor. Pero las obras que pueden salvarnos son siempre obras de amor, porque la ley con la que vamos a ser juzgados se resume en el amor. El cumplimiento del mandamiento del amor o su incumplimiento anticipa ya en el mundo el juicio final. El que ama a Cristo en los pobres y se solidariza con su causa se introduce en el reino de Dios; pero el que no ama y explota a sus semejantes se excluye del reino de Dios. Nos lo recordaba el Papa el domingo pasado en la Jornada del Pobre al citar al discípulo amado: «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). El juicio universal será la manifestación y la proclamación de la sentencia definitiva, que se va cumpliendo ya en nuestras vidas según nuestras obras con los más necesitados. En el pobre y mendigo se encuentra Jesucristo, como dice San Agustín: “Tenéis a Cristo sentado en el cielo y mendigo en la tierra”.

 

José María Martín OSA

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TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A ROMA

La expresión "todos los caminos conducen a Roma", proviene de la época del Imperio donde se construyeron más de 400 vías unos 70.000 kilómetros para comunicar la capital, Roma, considerada el centro donde convergía el poder del imperio, con las provincias más alejadas. En muchas ocasiones estos caminos fueron creados de forma espontánea por las propias legiones.

1. La fiesta de Cristo Rey, es el lugar donde converge todo aquello que hemos vivido, celebrado, escuchado y sentido como creyentes durante el año.

-¿Ha conducido nuestra oración al conocimiento de Cristo?

-¿Nos ha llevado la eucaristía a un mayor arraigo en Jesús?

-¿Hemos sentido, en propias carnes, la llamada del Señor a ser colaboradores de su Reino?

Si así ha sido, podemos decir que todo ha sido por Cristo, en Cristo y con Cristo. ¡Toda la misión de la Iglesia arranca y nos lleva a Cristo!

Desgraciadamente, no todos los caminos, conducen ni a Roma ni a Cristo. A nuestro paso se abren muchos atajos por los que, queriendo o sin querer, buscamos nuestros peculiares reinos (sin demasiadas exigencias) y lo efímero (porque nos cuesta o dudamos en buscar y luchar por lo eterno).

2. “Dime de qué presumes, que yo te diré de qué careces” ¿Cuáles son los valores por los que nos empleamos a fondo? ¿Llevan el color del cielo o tan sólo el de la tierra? ¿Están impregnados de santidad o de mediocridad? ¿Proclaman la verdad y la vida o, tal vez, se dejan eclipsar por el engaño y la muerte?

Sigamos al gran Rey. Un Rey que nos presenta un Reino donde, la cruz, se convierte en trono de prueba para aquellos que le siguen. Un Reino, donde la corona de espinas, nos recuerda que el amor y el servicio son tarjetas de presentación imprescindibles para entrar a formar parte del grupo de los vasallos de Jesús. Un Reino en el que, la alegría de corazón, tiene prioridad sobre otras sonrisas fingidas, forzadas o compradas por los poderosos del mundo.

¿Qué puestos añoramos? ¿Los del servicio o los del ser servidos?

¿Cómo llevamos las espinas que salen a nuestro encuentro por defender la causa de Cristo? ¿Estamos alegres e ilusionados por ese Reino que fue la obsesión, la locura y el vivir en un sin vivir de Jesús?

3. Lo dijo ya un escritor: “Cuando el amor es rey, no necesita palacio” (José Narosky). Y, qué bien refleja esta sentencia la solemnidad que hoy celebramos: el reinado de Jesús. El palacio de Jesús fue el amor y, sus habitaciones, los corazones de la humanidad.

¿Cómo descubrir a un rey debajo de un rostro humillado? ¿Dónde su grandeza en un cuerpo abatido? ¿Es en la cruz donde hemos de encontrar acaso su trono? ¡Así es! ¡El amor es el rey y el secreto del gran Rey que es Cristo!

Santa Teresa, contemplando al Señor, llegó a dejarnos esta bonita perla: “Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino en el portal de Belén donde nació y la cruz donde murió”.

4.- Al celebrar esta festividad meditamos todo lo que hemos descubierto respecto a Jesús con su Palabra, desde la caridad, la eucaristía o caminando como peregrinos ayudados y animados por la gran familia que somos toda la Iglesia que, en medio de vicisitudes pero con claridad, proclama: ¡TU, SEÑOR, ERES NUESTRO REY! Por Ti y para Ti nuestro esfuerzo, nuestra alabanza, nuestro seguimiento y nuestra vida, nuestra fe y nuestra entrega.

Sí, Señor, hoy más que nunca… ¡VENGA TU REINO! ¡VEN, SEÑOR, Y NO TARDES MÁS!

 

Javier Leoz

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