¡Alégrate,
el Señor está contigo!
EVANGELIO DEL DÍA
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Jn 6, 68
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Domingo, 24 de Octubre de 2021
DOMINGO 30° DURANTE EL AÑO
Jeremías 31, 7-9 / Hebreos 5, 1-6
/ Marcos 10, 46-52
Salmo Responsorial, Sal 125, 1-6
R/. "¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!"
Santoral:
San Antonio María Claret, San José Lê Dang Thi,
Beato Rafael Guízar, Beato Luis Guanella
y Beato José Balbo
LECTURAS DEL DOMINGO 24 DE OCTUBRE DE 2021
DOMINGO 30° DURANTE EL AÑIO
Traigo a ciegos
y lisiados llenos de consuelo
Lectura del libro de Jeremías
31, 7-9
Así habla el Señor:
¡Griten jubilosos por Jacob,
aclamen a la primera de las naciones!
Háganse oír, alaben y digan:
«¡El Señor ha salvado a su pueblo,
al resto de Israel!»
Yo los hago venir del país del Norte
y los reúno desde los extremos de la tierra;
hay entre ellos ciegos y lisiados,
mujeres embarazadas y parturientas:
¡es una gran asamblea la que vuelve aquí!
Habían partido llorando,
pero Yo los traigo llenos de consuelo;
los conduciré a los torrentes de agua
por un camino llano,
donde ellos no tropezarán.
Porque Yo soy un padre para Israel
y Efraím es mi primogénito.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 125, 1-6
R. ¡Grandes
cosas hizo el Señor por nosotros!
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía que soñábamos:
nuestra boca se llenó de risas
y nuestros labios, de canciones.
R.
Hasta los mismos paganos decían:
«¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!»
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
y estamos rebosantes de alegría!
R.
¡Cambia, Señor, nuestra suerte
como los torrentes del Négueb!
Los que siembran entre lágrimas
cosecharán entre canciones.
R.
El sembrador va llorando
cuando esparce la semilla,
pero vuelve cantando
cuando trae las gavillas.
R.
Tú eres
sacerdote para siempre según el orden de
Melquisedec
Lectura de la carta a los Hebreos
5, 1-6
Hermanos:
Todo Sumo Sacerdote del culto antiguo es tomado de entre los
hombres y puesto para intervenir en favor de los
hombres en todo aquello que se refiere al servicio
de Dios, a fin de ofrecer dones y sacrificios por
los pecados. Él puede mostrarse indulgente con los
que pecan por ignorancia y con los descarriados,
porque él mismo está sujeto a la debilidad humana.
Por eso debe ofrecer sacrificios, no solamente por
los pecados del pueblo, sino también por sus
propios pecados. Y nadie se arroga esta dignidad,
si no es llamado por Dios como lo fue Aarón.
Por eso, Cristo no se atribuyó a sí mismo la gloria de ser Sumo
Sacerdote, sino que la recibió de Aquél que le
dijo:
«Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy».
Como también dice en otro lugar:
«Tú eres sacerdote para siempre,
según el orden de Melquisedec».
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Maestro, que yo
pueda ver
a
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
10, 46-52
Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de
una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un
mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al
enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se
puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad
de mí!» Muchos lo reprendían para que se callara,
pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten
piedad de mí!»
Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo».
Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Ánimo, levántate! Él
te llama».
Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue
hacia El. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que
haga por ti?»
Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver».
Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a
ver y lo siguió por el camino.
Palabra del Señor.
Reflexión
DEBEMOS ESFORZARNOS PARA QUE NUESTRA FE NOS
PERMITA VER LA REALIDAD CON LA LUZ DE DIOS
1.-
Al oír que era
Jesús Nazareno, empezó a gritar: Jesús, ten
compasión de mí… Jesús le dijo: ¿qué quieres que
haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que
pueda ver. Jesús le dijo: anda tu fe te ha curado.
Y, al momento, recobró la vista y le seguía por el
camino. Fue la
fe la que curó la ceguera del ciego Bartimeo. El
ciego Bartimeo no sólo recobro la vista corporal,
sino también la vista espiritual, animándole esta
y dándole fuerzas para seguir a Jesús por el
camino. Todos nosotros, los que nos llamamos
cristianos, debemos pedir a Jesús que tenga
compasión de nosotros y nos dé una fe fuerte para
seguirle por nuestro camino hacia Dios. Es fácil
ver la realidad con los ojos del cuerpo, pero no
es fácil ver la auténtica realidad con los ojos
del espíritu. Todos podemos ser espiritualmente
ciegos, aunque tengamos muy buena vista corporal.
La vista social de las cosas, incluso la vista
científica de la realidad, nos pueden ocultar la
auténtica realidad de Dios en nuestro mundo. Sí,
aunque seamos personas muy enteradas de la
realidad social, de la realidad política y hasta
de la realidad científica, si no sabemos ver la
realidad con los ojos de la fe podemos vivir
espiritualmente tan ciegos como el ciego Bartimeo.
No se trata de que nuestra fe nos invite a
desconocer la realidad social, política, económica
y científica, sino de que nuestra fe nos ayude a
superar espiritualmente la fe sólo humana,
demasiado humana. Para ser personas religiosas
tenemos que ser personas con fe en Dios, una fe
que nos da fuerzas para amar a Dios y buscarle
siguiendo a su Hijo Jesucristo. La fe cristiana,
sin anular, ni deformar la realidad social,
política, económica y científica, debe auparnos
hasta el amor de Dios y el seguimiento de su Hijo,
haciendo de él nuestro camino, nuestra verdad y
nuestra vida. Esto no es algo fácil, viviendo como
vivimos en esta sociedad mayoritariamente
agnóstica en la que vivimos. Por eso, todos los
días debemos gritar interiormente con fuerza, como
el ciego Bartimeo: Jesús, ten compasión de mí, haz
que mi fe me permita ver espiritualmente la
auténtica realidad de tu Padre Dios, y seguirte a
ti por el camino de la vida.
2.-
Así dice el Señor: Mirad que yo os congregaré de
los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos
y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud
retorna… Se marcharon llorando, los guiaré entre
consuelos. Este
texto del profeta Jeremías habla de un pueblo
–Israel– que vive en el destierro y ha perdido su
esperanza de volver a su tierra como pueblo libre.
El profeta les dice, en nombre de su Dios, que
volverán a su pueblo entre consuelos, como
personas libres. Muchos de nosotros podemos haber
sufrido alguna vez en nuestra vida el desconsuelo
y la desesperanza. Nos parece que hasta Dios mismo
nos ha abandonado. Miremos en estos momentos de
desconsuelo y desesperanza a nuestro Cristo
perseguido, en el Huerto de los Olivos, exclamando
abatido: si es posible, pase de mí este cáliz,
pero no se haga mi voluntad, si no la tuya. Al
final, Dios, su Padre, le resucitó y le dio la
gloria para siempre. También nuestra fe debe
darnos ánimos a nosotros, en los momentos malos,
para creer con todas nuestras fuerzas que Dios
está con nosotros y nos salvará. El desconsuelo y
la desesperanza no deben tener nunca, en la vida
de un cristiano, la última palabra.
3.-
El sumo sacerdote
puede comprender a los ignorantes y extraviados,
ya que él mismo está envuelto en debilidades. A
causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por
sus propios pecados, como por los del pueblo.
El autor de esta carta a los Hebreos se refiere,
por supuesto, al sumo sacerdote judío, cuando
entra en la parte más sagrada del templo –el Santo
de los Santos– para pedir perdón por sus propios
pecados y por los pecados del pueblo. Pues bien,
todos los cristianos participamos, por el
bautismo, del sacerdocio de Cristo y todos debemos
pedir perdón a Dios por nuestros propios pecados y
los pecados del pueblo. Lo debemos hacer a todas
horas, pero de una manera especial en el
sacrificio de la eucaristía. Que toda nuestra vida
sea una petición al Señor para que nos haga
santos, al estilo de su Hijo, sumo y eterno
sacerdote. Así podremos cantar con el salmo 125:
El Señor ha estado grande con nosotros y estamos
alegres.
Gabriel González del Estal
www.betania.es
¡SEÑOR, QUE YO VEA!
1.-
Anuncio gozoso.
El libro de la Consolación del profeta Jeremías es
un canto a la esperanza. El pueblo en el exilio
recibe el anuncio de que se acerca su liberación:
una gran multitud retorna: cojos, ciegos, preñadas
y paridas.... El Señor es fiel a su pueblo, es un
padre para Israel. ¡Qué anuncio más gozoso, qué
gran noticia! La alegría del pueblo será inmensa.
Por eso, cuando se hace realidad la promesa del
regreso a casa entona el salmo 125 "El Señor ha
estado grande con nosotros, y estamos alegres".
¡Cómo no estarlo si sabemos que Dios camina a
nuestro lado pase lo que pase! Brota
espontáneamente la alabanza en el "resto de
Israel".
2.-
La auténtica
compasión: solidaridad con el que sufre.
El pueblo de la Nueva Alianza experimenta también
que Dios salva. El ciego Bartimeo, el hijo de
Timeo, simboliza la nueva humanidad, es el
prototipo de cada uno de nosotros. El maravilloso
relato de cómo se acerca a Jesús está cargado de
simbolismo. Él es un necesitado que pide
compasión, pero no una compasión lastimera, sino
pide solidaridad en su sufrimiento y liberación de
la carga que sufre. Es una llamada de atención
ante la falsa resignación dolorista, que no
permite al que sufre salir de su postración.
Bartimeo sí quiere salir de allí y por eso grita
más y más. Hace todo lo que está de su mano para
sobreponerse a su debilidad. Hasta se atreve a
llamar a Jesús con un título mesiánico, "Hijo de
David", porque está seguro de que Él es el Mesías,
el único que puede salvarle. Sabe que se la juega,
porque se van a meter con él por su osadía, pero
tiene fe, mucha fe.
3.-
Poner de nuestra
parte. Jesús le
pregunta, curiosamente, lo mismo que les preguntó
en el evangelio del domingo pasado a los hijos de
Zebedeo: "¿Qué quieres que haga por ti?". Pero la
actitud del ciego es mucho más auténtica que la de
Santiago y Juan. Simplemente quiere curarse,
quiere ver. Y Jesús le cura porque tiene mucha fe:
"Anda, tu fe te ha curado". El ciego ha puesto de
su parte, no se ha resignado a quedarse allí
quieto pidiendo limosna, "dio un salto y se acercó
a Jesús". Es lo mismo que pide de nosotros, que
demos el salto, que salgamos de nuestra apatía y
vayamos a su encuentro. Lo más grande que nos
puede pasar es encontrarnos con Jesús. Es un
encuentro mutuo: nosotros le buscamos y Él se hace
el encontradizo. Ante tanto desaliento como hay
muchas veces en el ambiente, ante tanta
desesperación, ante tanto estar "de vuelta", ante
lo imposible, Jesús convierte en realidad nuestros
anhelos. Es posible realizar nuestros deseos y
proyectos de un mundo más justo y humano si
colaboramos con Jesús. No nos cansemos de pedir
como Bartimeo que nos ayude a ver, porque sin El
no podemos hacer nada. Ese ver es recuperar el
optimismo, la esperanza, las ganas de vivir y de
trabajar por el Reino. Recuperemos la esperanza.
José María Martín OSA
www.betania.es
JESÚS SE ACERCA A NOSOTROS
Después de la enseñanza sobre el servicio del
domingo pasado, en su subida a Jerusalén, cuando
ya están cerca de la Ciudad Santa, al salir de
Jericó, Jesús se encuentra con un ciego llamado
Bartimeo, sentado al borde del camino. Aquel pobre
hombre abrió primero los ojos de la fe al
reconocer a Jesús que pasaba por allí, y después
Jesús le abrió los ojos de la cara para poderlo
seguir.
1. “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Esta es la
petición del ciego Bartimeo. Era pobre, no tenía
nada, vivía en la miseria debido a su ceguera, y
estaba al borde del camino pidiendo limosna. Pero
su ceguera no le impide reconocer a Jesús que pasa
por allí. En su grito de auxilio, Bartimeo
confiesa la fe en Jesús como Mesías al llamarle
“Hijo de David”. Es sorprendente que aquel ciego,
que no veía lo que pasaba por delante de él, sin
embargo sí reconoce y confiesa a Cristo como
salvador. Por eso le pide con insistencia que
tenga compasión de él, pues sabía que Jesús era el
único capaz de sanar de verdad su ceguera. Es de
destacar que Bartimeo insiste en su intento de
llamar la atención de Jesús, a pesar de que le
regañaban para que se callara. El grito de aquel
ciego era un grito sincero de petición de auxilio.
Tantas veces nuestra vida se parece a la que aquel
ciego. Tantas veces nosotros estamos echados al
borde del camino de la vida, ciegos, sin ser
capaces de ver ni de reconocer lo que sucede a un
palmo de nuestros ojos, ciegos quizá por la
tristeza, por el egoísmo, por nuestro afán de
tantas cosas… Pero sin casi darnos cuenta Jesús
pasa por nuestra vida. Le sentimos a nuestro lado,
y en medio de tantos ruidos elevamos nuestro grito
suplicante: Jesús, Hijo de David, ten compasión de
mí. Tantas veces en nuestra vida hemos de gritarle
a Dios, como Bartimeo: Jesús, ¿no me escuchas?
Estoy mal, necesito de ti, ¡ayúdame! A veces no lo
hacemos por vergüenza, o por soberbia, o por
pereza. Pero qué necesario es que nos pongamos
ante Dios y le gritemos, como aquél ciego, para
que nos escuche, con fe, reconociéndole como al
Mesías y Señor, y reconociéndonos como necesitados
de su misericordia.
2. “Ánimo, levántate que te llama”. Por fin la súplica de
Bartimeo ha obtenido respuesta. Jesús lo escucha y
lo manda llamar. Alguien, quién sabe si algún
amigo, o algún extraño que pasaba por allí, anima
al ciego para que se levante y vaya donde Jesús. Y
Bartimeo, a toda prisa, olvidándose de toda
prudencia, se levanta inmediatamente, tira el
manto con el que cubría su débil cuerpo ante el
frío, y se dirige directamente a Jesús. Igual que
Jesús llama a Bartimeo, también Él se acerca a
nosotros, en el borde del camino de nuestra vida,
y nos llama. Dios siempre escucha nuestros gritos
de auxilio cuando son de verdad una oración
suplicante que nace de la fe, del reconocimiento
de Cristo como el verdadero Mesías. Nos llama para
que vayamos donde Él, pues quiere que nos
acerquemos a Él para obrar el milagro. No basta
con que desde la distancia le supliquemos y Él
haga el milagro desde lejos. Jesús quiere que
primero nosotros nos acerquemos a Él. Qué
necesario es que, para que Dios pueda obrar
maravillas en nuestra vida, primero abandonemos
nuestra comodidad, nos pongamos en pie y nos
acerquemos a toda prisa. Es entonces, y sólo
entonces, cuando Cristo actúa en nuestra vida.
3. “¿Qué quieres que haga por ti?”. Fíjate que es la misma
pregunta que el domingo pasado Jesús hacía a los
hijos del Zebedeo, Santiago y Juan. Pero en
aquella ocasión los dos hermanos fueron egoístas y
pidieron tan sólo honor y poder, es decir,
sentarse al lado de Jesús en la gloria. Sin
embargo, Bartimeo muestra su sencillez de corazón,
su recta intención, cuando pide a Jesús tan sólo
(¡ni más ni menos!) poder ver. Y así Jesús obra el
milagro y le devuelve la vista al ciego. Es la fe,
dice Jesús, la que ha curado a Bartimeo, pues
aunque él no veía con los ojos de la cara, sin
embargo sí tenía bien abiertos los ojos de la fe
reconociendo a Jesús cuando pasaba por su vida.
Jesús ha cumplido así lo anunciado por el profeta
Jeremías en la primera lectura de este domingo:
alegraos y regocijaos porque el Señor viene a
salvar a su pueblo. La vista que recobra el ciego
es signo de la salvación que Dios ha traído a la
tierra con su encarnación y con su muerte y
resurrección. Así, Jesucristo es el sumo sacerdote
que el autor de la carta a los Hebreos nos
presenta en la segunda lectura, pues él ha traído
con su sacrificio la salvación al mundo entero.
Que Dios encuentre en nosotros aquella misma fe del ciego
Bartimeo, que sepamos reconocerle cuando pasa por
el borde del camino de la vida, que le gritemos
con insistencia, como Bartimeo, pero sobre todo
con su misma fe, que sepamos pedirle no de forma
egoísta, sino que con un corazón sencillo le
supliquemos que nos devuelva la vista, que nos
cure de nuestras cegueras, para así poderle
reconocer en cada momento de nuestra vida, y como
el ciego Bartimeo le sigamos llenos de alegría.
Francisco Javier Colomina Campos
www.betania.es
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