¡Alégrate,
el Señor está contigo!
EVANGELIO DEL DÍA
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Jn 6, 68
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Domingo, 12 de Setiembre de 2021
DOMINGO 24° DURANTE EL AÑO
Isaías 50, 5-9a / Santiago 2, 14-18
/ Marcos 8, 27-35
Salmo Responsorial, Sal 144, 1-6. 8-9
R/. "Caminaré en presencia del Señor"
Santoral:
San Guido, Beata Victoria Fornari
y Beato Apolinar Franco
LECTURAS DEL DOMINGO 12 DE SETIEMBRE DE 2021
DOMINGO 24°
DURANTE EL AÑO
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
Lectura del libro de Isaías
50, 5-9a
El Señor abrió mi oído
y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
y mis mejillas a los que me arrancaban la barba;
no retiré mi rostro
cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda:
por eso, no quedé confundido;
por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,
y sé muy bien que no seré defraudado.
Está cerca el que me hace justicia:
¿quién me va a procesar?
¡Comparezcamos todos juntos!
¿Quién será mi adversario en el juicio?
¡Que se acerque hasta mí!
Sí, el Señor viene en mi ayuda:
¿quién me va a condenar?
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 114, 1-6. 8-9
R.
Caminaré en presencia del Señor.
Amo al Señor, porque Él escucha
el clamor de mi súplica,
porque inclina su oído hacia mí,
cuando yo lo invoco.
R.
Los lazos de la muerte me envolvieron,
me alcanzaron las redes del Abismo,
caí en la angustia y la tristeza;
entonces invoqué al Señor:
«¡Por favor, sálvame la vida!»
R.
El Señor es justo y bondadoso,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor protege a los sencillos:
yo estaba en la miseria y me salvó.
R.
Él libró mi vida de la muerte,
mis ojos de las lágrimas y mis pies de la caída.
Yo caminaré en la presencia del Señor,
en la tierra de los vivientes.
R.
La fe si no va acompañada de las obras, está
completamente muerta
Lectura de la carta de Santiago
2, 14-18
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que
tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede
salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver
a un hermano o una hermana desnudos o sin el
alimento necesario, les dice:
«Vayan
en paz, caliéntense y coman»,
y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo
mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las
obras, está completamente muerta.
Sin embargo, alguien puede objetar:
«Uno
tiene la fe y otro, las obras».
A ése habría que responderle:
«Muéstrame,
si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por
medio de las obras, te demostraré mi fe».
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Tú eres el Mesías…
El Hijo del hombre debe sufrir mucho
a
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
8, 27-35
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados
de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó:
«¿Quién dice la gente que soy Yo?»
Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres
Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de
los profetas».
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?»
Pedro respondió: «Tú eres el Mesías».
Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran
nada acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el
Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado
por los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas; que debía ser condenado a muerte y
resucitar después de tres días; y les hablaba de
esto con toda claridad.
Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.
Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus
discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve
detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no
son los de Dios, sino los de los hombres».
Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con
sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir
detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue
con sus cruz y me siga. Porque el que quiera
salvar su vida, la perderá; y el que pierda su
vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará».
Palabra del Señor.
Reflexión
LOS CRISTIANOS CREEMOS EN UN MESÍAS SUFRIENTE Y
RESUCITADO
1.-
El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Mirad, el que quiera
salvar su vida la perderá; pero el que pierda su
vida por mí y por el evangelio la salvará. Pedro,
y los demás discípulos, creían en un Mesías
triunfante, glorioso y vencedor, creían en un
Reino de Dios en el que el Mesías sería el rey y
ellos sus ministros. Jesús no quiere que sus
discípulos le vean como Mesías triunfante, sino
como Mesías sufriente, a quien, después de padecer
y morir, el Padre resucitará y le hará vencedor
del mal y de la muerte. Pedro no está dispuesto a
aceptar que el Mesías tenga que pasar por un
primer periodo de humillación y muerte, y, por
eso, increpa a Jesús y le invita a retractarse. La
respuesta de Jesús es tajante y contundente;
¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como
los hombres, no como Dios! Con la respuesta que
Jesús dio a Pedro, nos está diciendo a nosotros,
los cristianos, y a la Iglesia de Cristo, en
general, que tenemos que tomar muy en serio la
misión de predicar, de palabra y de obra, a un
Mesías sufriente a quien el Padre resucitará,
después de la muerte. En este mundo, los
discípulos de Cristo debemos luchar contra el mal
con todas nuestras fuerzas, imitando a nuestro
Maestro, y estando dispuestos a sufrir, hasta la
muerte, si fuera preciso, en la defensa del
evangelio de Jesús. No es nuestro objetivo
primero, para los cristianos, hacer de la Iglesia
de Jesús una Iglesia poderosa y triunfadora, sino
un Iglesia humilde y verdadera. Muchas veces, a lo
largo de los siglos, no lo hemos hecho así, y por
eso, en más de una ocasión, hemos merecido la
reprensión de Jesús, lo mismo que reprendió a
Pedro. El Papa actual, por ser fiel a su Maestro,
está predicando, un día sí y otro también, a una
Iglesia humilde, luchadora contra el mal, venga
este de donde venga, e imitadora del Jesús
sufriente, a quien el Padre resucitó para siempre.
Hagamos hoy, pues, nosotros, los cristianos de
este siglo, el propósito de predicar a un Mesías
sufriente, estando dispuestos a sufrir y a morir,
si fuera preciso, en la defensa de este Cristo
Mesías sufriente, predicador de la verdad y de la
justicia, y vencedor del mal, a quien el Padre
resucitó y en el que nosotros creemos.
2.-
El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni me
eché atrás: ofrecí la espalda a los que me
aplastaban. No
hay duda que algunos de los profetas del Antiguo
Testamento se parecen bastante, en palabras y
hechos, al Mesías, al siervo de Yahvé, que ellos
predicaron. El profeta Isaías fue uno de estos
profetas. El texto que leemos este domingo nos lo
demuestra: ofrecía la espalda a los que me
aplastaban… no me tapé el rostro ante ultrajes ni
salivazos… por eso endurecía el rostro como
pedernal sabiendo que no quedaría defraudado… el
Señor me ayuda, ¿quién me condenará? Estas mismas
palabras, aunque dichas en otros términos, las
dicen los evangelistas de nuestro Mesías, el Señor
Jesús. Nosotros, como cristianos, tenemos la
obligación de aceptar, si llega el caso. en
nuestra vida, ultrajes y desprecios por defender
el evangelio, con ánimo sereno, sabiendo que el
mismo Jesús y Dios nuestro Padre nos defenderá y
nos lo premiará. Hagámoslo así, como buenos
cristianos, como seguidores de un Mesías sufriente
y resucitado.
3.-
¿De qué le sirve
a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no
tiene obras?
Estas palabras del apóstol Santiago nos parecen, y
son, evidentes en sí mismas, sin que tengamos que
ver contradicciones con las palabras de los
apóstoles san Juan y del apóstol Pablo, cuando
dicen que lo que nos salva es la fe en Cristo
Jesús. ¡Claro que lo que nos salva es la fe! Pero
la fe cristiana supone fidelidad y compromiso con
lo que creemos, tal como nos lo demostraron el
mismo san Juan y el apóstol Pablo con su vida y
muerte. El apóstol Pablo, en concreto, de quien
conocemos bastante de su vida, por los Hechos de
los Apóstoles, y por sus mismas cartas, sufrió
muchas persecuciones y muerte por ser fiel a su fe
en Cristo. Nadie debe poder decir nunca de un buen
cristiano que tiene fe cristiana, pero que no
tiene obras cristianas. Que tampoco nadie pueda
decir de nosotros que tenemos fe cristiana, pero
que nuestras obras contradicen nuestra fe. Si lo
hacemos así caminaremos en presencia del Señor,
tal como nos recomienda el salmo responsorial de
este domingo.
Gabriel González del Estal
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EXPERIMENTAR A JESÚS Y DESPUÉS RESPONDER
1.- “Para
ti quién soy yo?”.
La pregunta de Jesús a sus discípulos alcanza,
después de dos mil años, a cada uno de nosotros y
pide una respuesta. Una respuesta que no se
encuentra en los libros como una fórmula, sino en
la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús.
Hoy escuchamos muchas veces dentro de nosotros la
misma pregunta dirigida por Jesús a los apóstoles.
Jesús se dirige a nosotros y nos pregunta: “para
ti, ¿quién soy yo?” Seguramente daremos la misma
respuesta de Pedro, la que hemos aprendido en el
catecismo: “¡Tú eres el Hijo de Dios vivo, Tú eres
el Redentor, Tú eres el Señor!”. Pedro fue
ciertamente el más valiente ese día, cuando Jesús
preguntó a los discípulos. Pedro respondió con
firmeza: “Tú eres el Mesías”. Y después de esta
confesión probablemente se sintió satisfecho
dentro de sí: ¡he respondido bien! Sin embargo, el
diálogo con Jesús no termina así: “el Hijo del
hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por
los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar a los tres días”. Pedro no
lo entendía. No estaba de acuerdo con lo que había
oído, no le gustaba ese camino proyectado por
Jesús. Él razonaba así: “¡Tú eres el Mesías! ¡Tú
vences y vamos adelante!”. Por esta razón no
comprendía este camino de sufrimiento indicado por
Jesús.
2.-
Conocemos a Jesús
como discípulos.
Para responder a la pregunta de Jesús es necesario
hacer el camino que hizo Pedro. En efecto, después
de esta humillación, Pedro siguió adelante con
Jesús, contempló los milagros que hacía Jesús, vio
sus poderes... Sin embargo, Pedro negó a Jesús,
traicionó a Jesús. Precisamente en ese momento
aprendió esa difícil ciencia —más que ciencia,
sabiduría— de las lágrimas, del llanto. Pedro
pidió perdón al Señor. Reconoció en Jesús al
“Siervo de Yahvé”, del que habla el profeta
Isaías, que sufre los ultrajes y salivazos, que es
apaleado sin tener ninguna culpa. Para conocer a
Jesús no es necesario solo un estudio de teología,
sino una vida de discípulo. De este modo,
caminando con Jesús aprendemos quién es Él,
aprendemos esa ciencia de Jesús. Conocemos a Jesús
como discípulos. Lo conocemos en el encuentro
cotidiano con el Señor, todos los días. Con
nuestras victorias y nuestras debilidades. Por lo
tanto, la pregunta a Pedro —¿Quién soy yo para
vosotros, para ti? — se comprende sólo a lo largo
del camino, después de un largo camino. Una senda
de gracia y de pecado. Es el camino del discípulo.
En efecto, Jesús no dijo a Pedro y a sus
apóstoles: ¡conóceme! Dijo: ¡sígueme! Y
precisamente este seguir a Jesús nos hace conocer
a Jesús. Seguir a Jesús con nuestras virtudes y
también con nuestros pecados. Pero seguir siempre
a Jesús…… Se trata de un camino que no podemos
hacer solos. Por lo tanto, se conoce a Jesús como
discípulos por el camino de la vida, siguiéndole a
Él.
3.-
Todavía no
estamos convertidos a Jesucristo.
Quizá porque todavía no ha pasado por nuestra vida
Jesús de Nazaret, quizá porque todavía no hemos
tenido experiencia de Él. Tenemos un barniz de
cristianos, pero por dentro no se nota que Jesús
haya transformado nuestra vida. Gandhi dijo que
los cristianos nos parecemos a una piedra arrojada
al fondo de un lago. Por fuera parece que está
mojada, pero el agua no ha penetrado por sus poros
y no ha conseguido empaparla. Así ocurre con
nosotros cuando no dejamos que la Palabra de Dios
penetre en nuestro interior. Por eso nuestra fe es
tan poco radical y nos conformamos con cumplir. Lo
peor es que somos piedra de escándalo para muchos,
porque es una fe sin obras que está muerta como
dice la Carta de Santiago.
4.-
Llevar la cruz de cada día.
Es más fácil cumplir preceptos que no alteran
nuestra vida que "mojarse" de verdad y dejar que
el Evangelio cuestione nuestra vida y nuestras
seguridades. No se trata de adaptar el Evangelio a
nuestra vida, sino nuestra vida al Evangelio. Es
más fácil responder de memoria, como un loro, que
Jesucristo es el Hijo de Dios, que asumir el
escándalo de la cruz. La cruz no hay que buscarla
fuera. Está junto a ti, cuando reconoces tus
debilidades, cuando las cosas no te salen bien,
cuando llega el dolor o la enfermedad. No se trata
de mera resignación, sino de ver en la cruz un
sentido de liberación. Y, por supuesto, estar
dispuesto a ayudar a los demás a llevar su cruz.
Hay que ser capaces de dar la propia vida por
Jesús y por el Evangelio para poder recuperarla.
¿Estás dispuesto a seguir a Jesús? Si tienes este
propósito, no te equivocarás, pues aunque
aparentemente pierdas tu vida, encontrarás la vida
de verdad, la que Él te ofrece. Entonces podrás
experimentar la grata seguridad del profeta Isaías
de que "El Señor te ayuda", y que "El sostiene tu
vida", como nos dice el autor del Salmo 53.
José María Martín OSA
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Y NOSOTROS ¿QUÉ?
¿Qué decimos cuando, en un ambiente frío u hostil,
se nos interroga sobre nuestra fe? ¿Qué respuestas
ofrecemos, desde nuestra vivencia religiosa,
cuando se nos plantea la ausencia o inexistencia
de Dios en medio del mundo?
1.- Preguntas que, más que respuestas, exigen un convencimiento
profundo de lo que somos y vivimos: somos
cristianos y queremos vivir como tales. Ser
cristiano, no es muy difícil. Pero “VIVIR COMO
CRISTIANO” se hace más cuesta arriba. Sobre todo
si, vivir como cristianos, implica ir
contracorriente. Decir al “pan, pan y al vino,
vino”. O, por ejemplo, no comulgar con ruedas de
molino en temas o en problemas que, la sociedad,
presenta como paradigma de progreso o bienestar
social.
Como a Pedro, también a nosotros, el corazón nos puede
traicionar. Queremos un Jesús amigo, confidente,
compañero pero sin demasiadas exigencias. Aquel
viejo adagio “serás mi amigo siempre y cuando no
pongas piedras en mi camino” viene muy bien para
reflexionar sobre el mensaje evangélico de este
domingo. Jesús nos lo adelanta: “quien no coja su
cruz y me siga no es digno de mi”.
2.-Es cómoda una fe sin obras. Una vivencia sin más trascendencia
que un “bis a bis” con Dios. Sin más compromiso
que la tranquilidad que supone el estar bautizado.
El ser cristiano, pero sin aventurarse en dar
testimonio de lo que creemos, escuchamos y
sentimos: Jesucristo es nuestra salvación.
¿Qué quieres vivir bien? ¡No te compliques la vida! Pero, viene
el Señor y nos recuerda que para entrar por la
puerta del cielo, hay que emplearse a fondo en su
causa. Confesar el nombre del Señor no solamente
es despegar los labios y decir un “sí creo”.
Además nos exige un construir nuestra vida con los
ladrillos de la fraternidad, el perdón y el
testimonio de nuestra fe.
3.- ¿Queremos confesar, con todas las consecuencias, el nombre de
Jesús? Aprendamos a conocerle más y mejor. Nos
preocupemos de meditar su Palabra. De avanzar por
los caminos que Él nos propone. El Señor, además
de bautizados en su nombre, desea gente de bien
que viva según lo que nos exige el Bautismo: una
vida en Dios, entregada a los demás y
profundamente arraigada en Cristo.
4.- En cierta ocasión un nadador cruzó un inmenso río. Y, al
llegar a la otra orilla, le preguntaron: “¿son
profundas las aguas?” Y, el deportista, respondió:
“la verdad es que no me he fijado. Solamente he
nadado superficialmente. No he buceado”.
Algo así, queridos amigos, nos puede ocurrir a
nosotros. Como Pedro podemos pretender quedarnos
en lo bonito de la amistad, En la superficialidad
de la fe. Pero, el Señor, quiere y desea que
ahondemos en lo que creemos. Que vivamos según
como pensamos. Y que, en definitiva, no rehuyamos
de esas situaciones en las que podemos demostrar
si nuestra fe es oro molido o arena que se escapa
entre las manos.
Y nosotros ¿qué?
Javier Leoz
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